Tiempo atrás, a propósito de una decepción que sufrimos cuando abrimos una lata, hablamos sobre la invención del abrelatas; para ello nos basamos en un audio del programa La Venganza Será Terrible; hoy, retomando aquella emisión, ampliamos el espectro y les contamos brevemente el origen de tres inventos que nos han hecho más fácil la vida (o la vida más fácil, como usted prefiera): el citado abrelatas, la aspiradora y el ascensor.
Breve catálogo de inventos.
Primer invento: abrelatas.
La lata de conservas se inventó antes, naturalmente, (hubo
que inventarla para dar sentido al abrelatas), que el abrelatas. Más
precisamente cincuenta años antes, así que imagínense lo que habrá sido ese
medio siglo.
La lata (de conservas) fue inventada en Inglaterra en 1810
(mientras acá iniciábamos una “revolución” allá andaban inventado latas) por un
comerciante Peter Duran, y llegó a los Estados Unidos en 1817. (previo a esto, el francés Nicolás Appert ya había comenzado a trabajar en el mismo concepto, lo que le había hecho acreedor a un premio de 12.000 francos otorgado por el gobierno francés, comandado por aquellos años por Napoleón Bonaparte, todo lo cual lo comentamos en el mismo post que citamos en el primer párrafo).
En 1812 los soldados británicos llevaban latas entre sus
pertenencias pero las tenían que abrir con ayuda de la bayoneta, e incluso
si ofrecían muchas dificultades un tiro solucionaba el tema (es decir, el
soldado se mataba ante la imposibilidad de abrir la lata).
En 1824 el explorador inglés William Perry llevó las latas
de conserva al ártico (en una expedición que había hecho, no es que fue
especialmente hasta el ártico para llevar latas de conserva) y en su diario de
viajes señaló la dificultad para abrir aquellos envases (querido diario: no hay
cristo que abra estas malditas latas de conserva, nos estamos comiendo hasta
los zapatos pero las latas están ahí muertas de risa).
El fabricante de las latas hacía la siguiente recomendación:
córtese la parte superior con escoplo y martillo.
Las primeras latas eran enormes, muy pesadas y de gruesas
paredes. Sólo cuando se consiguió crear un envase más liviano, allá por 1850,
se pudo pensar en un abrelatas.
El primero fue ideado por un norteamericano llamado Ezra Warner,
era un artilugio enorme cuya vista impresionaba a todos. Era una mezcla
mecánica cuya hoja curva se introducía en el borde de la lata y se deslizaba
sobre la periferia del envase. Había que hacer una fuerza descomunal que muchas
veces terminaba en accidentes (como suele ocurrir cada vez que uno hace una
fuerza descomunal).
(el diseño de Warner)
Recién en 1870 (mire lo que hubo que esperar para comerse un
atún de porquería) apareció el abrelatas que conocemos hoy (en su versión primitiva, claro), con una rueda que
gira alrededor del borde de la lata. Lo inventó William Lehman, un herrero que
se dedicó a hacer cortes ornamentales para soldar luego a rejas lujosas. Su
éxito fue instantáneo y se hizo millonario.
William Lehman en persona.
Segundo invento: la
aspiradora.
La primera máquina extractora de polvo se presentó en 1898
en Londres. Se trataba de un artefacto que en realidad no merecía el nombre de
aspiradora ya que en vez de aspirar aire lo expulsaba (era todo lo contrario en
realidad).
Tenía una bolsa con aire comprimido y éste se proyectaba
sobre la alfombra (supongamos) para que el polvo volara y luego se depositara
sobre una caja.
Cuando se hizo la demostración de la aspiradora asistió un
joven inglés llamado Huber Cecil Booth, quien insinuó la conveniencia de que en vez
de espirar el aire lo que la máquina debía hacer era aspirar.
(Huber Cecil Booth, pionero en la invención de aspiradoras)
Booth pensó mucho tiempo en aquella idea y escribió en su
cuaderno de notas: “Hoy hice el experimento de aspirar con mi propia boca el
respaldo de una silla tapizada en el restorán de Victoria Street. El polvo me
hizo toser estruendosamente pero conseguí aspirarlo”.
Luego Booth comprendió que necesitaba una bomba aspiradora (ya que
comedidos para chupar alfombras fue difícil encontrar) y un tejido espeso para
usarlo como filtro, cosa que encontró en 1901.
Aquel año patentó su invento, que era muy rudimentario (era
una aspiradora, imagínese). Era tan grande que debía ser trasladado entre tres
personas en una carretilla. Tenía una bomba, una cámara de polvo, y unas poleas
que a mano hacían funcionar la bomba y la correspondiente carretilla.
(Una de las primeras aspiradoras)
Sus primeros clientes fueron los dueños de los grandes
locales públicos. Tuvo encargos importantes como por ejemplo aspirar la Abadíade Westminster, en ocasión de la visita de Eduardo VII para su coronación.
Más tarde, durante la Primera Guerra, se ordenó llevar
aspiradoras al Palacio de Cristal, en cuyos suelos yacían los enfermos de tifus
y cuyo contagio se atribuía al polvo en suspensión.
Quince aspiradoras, al mando del valiente Booth, trabajaron
día y noche y se sacaron veintiséis camiones de polvo y tal vez por una
casualidad terminó la epidemia de tifus.
Más sobre la historia de la aspiradora en ESTE link.
Más sobre la historia de la aspiradora en ESTE link.
Tercer y último invento: El ascensor.
Los egipcios utilizaron diversos sistemas de cuerdas y
rampas para mover los bloques de piedra que se usaron para la construcción de
las Pirámides.
Cerca del año 1500 A.C. las aguas del Nilo eran elevadas en
recipientes y volcadas dentro de los canales de riego mediante un brazo
contrapesado por un pivote (seguimos lejos todavía del “ascensor”: se llama La
Noria eso).
Los chinos mejoraron el sistema, utilizando recipientes
colocados sobre una cuerda sin fin o sobre una rueda tirada por un molinete que
funcionaba a mano o a pedal.
Arquímedes trabajó también en el diseño de cuerdas y poleas
para elevación de personas o cosas.
En tiempos de los romanos y en el coliseo se usaban grandes
montacargas para subir a los gladiadores y a las fieras al nivel de la arena:
ahí estamos en presencia del ascensor.
Muchos siglos después, para el uso privado de Luis XV se
utilizó un ascensor en el Palacio. El Rey habitaba aposentos del primer piso y
utilizaba este ascensor para visitar a sus amantes que en general estaban
instaladas en las plantas superiores. A
este ascensor primitivo se lo llamaba “La silla voladora”.Funcionaba con una serie de contrapesos de fácil manejo y el
rey estaba muy entusiasmado con este ascensor.
El primer uso público del ascensor tuvo lugar en Nueva York
en 1857. Lo construyó Elías Otis para unos grandes almacenes de cinco plantas.
El ascensor de Ottis estaba equipado con un dispositivo de seguridad que
frenaba la cabina en caso de caída.
(Elisha Otis)
Bajo el lema “Seguridad absoluta” Otis hacía demostraciones
de su sistema de frenado. Montaba a la gente en la cabina y cuando se
encontraban en el tercer piso dejaba caer la cabina para comprobar la eficacia.
La gente gritaba, se desmayaba.
Cuando lo presentó en sociedad ante el gran público, Ottis
hizo un acto bastante teatral (marketing que le dicen ahora) se subió en la
Exposición Mundial de New York y se dejó caer de una altura considerable. El
dispositivo nunca fallaba.
Otis llegaba al suelo con total seguridad, agitaba
ágilmente su sombrero de copa y saludaba al público.
(Algo así parece que eran las presentaciones que hacía el bueno de Otis)
La energía de los ascensores primitivos era el vapor. Allá
por 1880, el alemán Siemens introdujo el motor eléctrico para los ascensores.
(Werner von Siemens)
Los ascensores Otis llegaron a muchos palacios reales. Se
instalaron en el Kremlin en 1890, en el Palacio Real de Budapest en 1900 y en
el de Buckingham en 1901, entre otros.
También había ascensores Otis en el transatlántico
Lusitania y en el Titanic.
En realidad sin el sistema de frenado utilizado por Otis no
hubiera sido posible construir edificios
de más de cinco pisos, que era el máximo permitido en la época. Así, gracias a
él y a la mejora de sus ascensores se cambiaron algunas leyes y se permitió la
construcción de rascacielos.
Así, en 1907 se construyó el edificio Singer, de 40 pisos,
en 1930 el Empire State, de 111 pisos y así.
Luego Dolina y Dorio filosofan sobre los rascacielos, la fisonomía de las ciudades, el valor de los terrenos, etcétera, más que interesante que pueden escuchar en el audio que publicamos.
Luego Dolina y Dorio filosofan sobre los rascacielos, la fisonomía de las ciudades, el valor de los terrenos, etcétera, más que interesante que pueden escuchar en el audio que publicamos.
Acompaña la charla el tango “Madreselva” en la voz de Carlos
Gardel (en realidad Dolina había elegido “Cuesta abajo” pero por un error del
operador finalmente sonó Madreselva, todo lo cual puede apreciar en el audio
del programa, claro está.
Para escuchar el audio, click en play:
Si lo quieren escuchar aparte, sigan ESTE enlace.
Pueden descargar el audio del programa haciendo click en ESTE link (apenas 4,5 megas). Desde aquí recomendamos o bien que lo escuchen online o bien que lo descarguen y lo escuchen en sus pcs ya que en el texto que transcribimos omitimos comentarios, chistes y sobre todo la genial oratoria de Dolina que hacen mucho más interesante lo aquí comentado.
Saludos.
SirThomas.
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