Como bien lo ilustra el título, en esta nueva entrada de SirHistorias la troupe de La Venganza Será Terrible, con el negro Dolina a la cabeza, nos trae diferentes modos de diversión que hacían descostillar de la risa a algunos reyes.
Pueden ir escuchando el audio online, mientras leen la transcripción.
Sin más, aquí la charla:
Acompaña la charla el tango (versión instrumental) “Risa loca”, de Pedro Laurenz,
en la versión de Horacio Salgán y Osvaldo de Lío.
"... Adolfo Bioy Casares solía decir que un grupo de amigos
inteligentes con un código propio es mucho más gracioso que cualquier
comediante profesional.
Los estudiantes que comparten bromas internas y que han
inventado un código de lógica o, mejor dicho, de antilógica para utilizarlo
entre ellos, son muy graciosos. Las tres amigas que se burlan del novio de una
cuarta son mucho más graciosas que el programa La Tuerca.
Porque me parece que allí la inteligencia encuentra un
campo mucho más propicio que en un concurso de chistes por televisión.
El primer rey del catálogo es Eduardo II, que gobernó entre 1307 y 1327 en Inglaterra.
Tenía un afán desmesurado por parecer chistoso. Era un
hombre excéntrico que se divertía muchísimo con los disfraces. Por ejemplo, se
solía vestir se albañil y se mataba de risa cuando funcionarios y nobles se
sorprendían al encontrarlo en obras en construcción (además, según se dice, a
Eduardo II le gustaban los albañiles), también se disfrazaba de carretero. Y
por ahí lo veían al mismísimo rey conduciendo un carruaje (imagínense ustedes si
ahora príncipes tuvieran ese afán y usted fuera por la calle y pasara un
carrito con Bush vendiendo duraznos a grito pelado).
Eduardo participaba constantemente en unas juergas voluptuosas
que organizaba. Los cronistas de su época cuentan que cierta vez recompensó
espléndidamente a un pintor de la Corte por bailar desnudo encima de una mesa en una
orgía.
También parece que le pagaba a los nobles para que se
cayeran del caballo de un modo cómico. Incluso tenía Eduardo un escalafón, unas
jerarquías, que favorecía a los que se caían más graciosamente.
Otros reyes ingleses, que tuvieron formas “raras” de
divertirse, fueron aquellos que tenían por costumbre sacarle la silla a los que
se iban a sentar, una diversión clásica.
Por ejemplo, el Rey Jorge II molestó durante diez años a
todos sus cortesanos con este chiste. Parece que era lo único que lo divertía.
Andaba siempre con una especie de melancolía
que no se le iba nunca, salvo cuando le sacaba la silla a alguien que se
estaba por sentar. Dicen que esto lo hacía unas 100 veces por día, de modo que
ya formaba parte del deber cortesano sentarse en el suelo.
Había desarrollado incluso una serie de estrategias para
sorprender verdaderamente a los que iban a sentarse. Cuando alguien se
aprestaba a acomodarse Jorge II ordenaba a sus pajes que tiraran de unos finos
hilos atados a las sillas y disimulados en las telas, en las cortinas y en el
oropel. Todos los ministros que tuvo durante diez años habían caído ante el Rey
alguna vez y lo que es peor debieron soportar carcajadas que duraban horas.
Parece que alguien se vengó de una vez del rey Jorge, una
preceptora de las princesas, Lady Dellowayne. Cuentan que en una ocasión empujó la
silla el rey y el rey se cayó. Y lo peor es que Jorge II estalló en una risa tan
tremenda que se “desgració”.
Algunas bromas del Rey Luis XIV de Francia.
Luis XIV regalaba unas cajitas de dulces que tenían la particularidad
de llevar dentro un ratón vivo.
En realidad Luis era amigo de las bromas gastronómicas. Por ejemplo, echaba sal en el dulce de los nobles. Y esta es extraordinaria: hacía esconder
a unos amigos debajo de la mesa con orden de gritar cuando trincharan el pavo.
Otra diversión de Luis XIV tenía que ver con el canto. Le
gustaban las canciones obscenas. Las cantaba y las escuchaba. En una ocasión
cuando oía “ese que toca el bombo lo toca de mala gana” (supongamos) tuvo una
espasmo de risa que lo ahogó y casi se muere (tuvieron que hacerle una sangría
para salvarlo).
Carlos V de Alemania (I de España) se reía muchísimo ante
la reacción de los cortesanos cuando él les daba una dádiva, un favor, una
distinción.
Al término de algunas ceremonias tenía la costumbre de
desenvainar su espada y tocar ligeramente con ella los hombros de los ciudadanos
que tenía cerca para armarlos “caballeros”, o sea los ennoblecía al tun-tun. Y
ante la sorpresa de estos ennoblecidos Carlos se reía mucho. Pero como estos
favores se habían vuelto tan célebres cada vez que Carlos salía con la
espada se armaban tumultos de gandules gritando “a mí, a mí, a mí”. Lo curioso
de esta gracia de Carlos V es que hasta no hace mucho en España los
descendientes de aquellos "sorpresivos" ennoblecidos pretendían gozar de nobleza
hereditaria (lo que generó innumerable cantidad de pleitos, demandas, estudios,
alegatos, etc.).
Ahora bien, en esta misma corte, en la corte de los
Austrias, la risa era una cosa difícil, estaba muy mal vista, y los reyes
debían ocultarla.
Se ha escrito sobre Felipe II, el hijo y sucesor de
Carlos, lo siguiente: “No hay ningún otro rey que viva como el rey de España.
Todas sus acciones y todas sus ocupaciones son siempre las mismas. Y anda en un
paso tan igual que día por día uno sabe lo que hará en toda su vida. Los que se
le han acercado aseguran que nunca le han visto sonreír y saben que jamás lo
hará”.
El caso más cruel de diversión a costa de un súbdito fue
tal vez el de Federico I de Prusia. Se divertía groseramente en la mesa con sus
oficiales. Se recuerda la rudeza y falta de gusto que tenían aquellos
degenerados. Y la víctima favorita de estas diversiones era un tímido cronista
de la Corte, un periodista llamado Jacobo Von Gungling. A este cronista los
reunidos le hacían burlas de todo tipo. Le prendían fuego la ropa, después llevaban
un mono vestido con la misma ropa que el pobre Jacobo y proclamaban que el
animal era hijo natural de Gungling, y lo obligaban a besarlo y abrazarlo.
Pero comparada con esta diversión nos resulta fina y
mansa otra modalidad que consistía en remitir con la firma de Gungling, que era
periodista ciertamente, a los periódicos y a las ediciones literarias unos
artículos grotescos que habían sido preparados por los amigos entre grandes
risotadas.
En 1731 Gungling murió pero las bromas continuaron después
de muerto. Federico ordenó que el cuerpo de su cronista fuera conservado en un
tonel de vino al cual continuaron dirigiéndose con irrisión durante un tiempo. Al
final hubo presiones del clero (o tal vez se aburrió el propio rey) y accedió a
que Gungling fuera enterrado como cualquier otro difunto.
(Por el dato de la fecha de la muerte del cronista víctima de las bromas, creemos que se hace referencia a Federico Guillermo I; ya que hubo otro rey de Prusia llamado Federico I a secas; todo esto porque Dolina lo menciona únicamente como Federico I de Prusia).
Enrique IV, el rey de Francia, le enseñaba toda clase de
bromas obscenas a su hijo el pequeño Luis XII. Incluso hacía que las muchachas
de la corte lo anduvieran manoseando ya de chico. Con tan “buen éxito” que Luis
XIII tomó odio a todas las cuestiones relacionadas con el sexo y nunca pudo
reponerse del todo de esa aversión ...".
Luego Dolina comentar el caso de un rey de Nápoles que se
hacía pasar por pescador y salía a vender pescado en el mercado, casos de sustituciones
entre artistas debido a la falta de documentos y medios de comunicación que le
permitieran a la gente común reconocerlos fácilmente, y demás desvaríos
hilarantes.
Otra charla, muy similar a la que citamos en el post pero del 2011 que incluye alguna que otra variación aunque manteniendo las mismas anécdotas y chistes, pueden ver y oír en este OTRO link.
Saludos.
SirThomas.
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