Continuando con la mini saga que iniciamos el pasado miércoles, hoy les traemos en exclusiva otras tres historias relacionadas con la Santa Sede. En ellas, seremos testigos de los engaños que sufrieron Urbano VIII, por obra y gracia de los jesuitas de Lima, Pío IV, burlado por los Condé entremezclados en su enfrentamiento con los Guisa, y Sixto V y el pintoresco Ranuccio Farnesio.
Audio original del 20-07-2007 (21',46)
"... Breve introducción:
Es raro burlar a un Papa; se supone que el Papa tiene a la divinidad tan de su lado que resulta muy difícil engañarlo y si se tiene en cuenta que es infalible, esta dificultad para engañarlo es aún mayor, ya que una forma de falibilidad consiste en no advertir los engaños que se le hacen a uno. Así que vamos a repasar algunos episodios de órdenes no cumplidas, de interpretaciones tendenciosas de esas órdenes, etcétera.
Es raro burlar a un Papa; se supone que el Papa tiene a la divinidad tan de su lado que resulta muy difícil engañarlo y si se tiene en cuenta que es infalible, esta dificultad para engañarlo es aún mayor, ya que una forma de falibilidad consiste en no advertir los engaños que se le hacen a uno. Así que vamos a repasar algunos episodios de órdenes no cumplidas, de interpretaciones tendenciosas de esas órdenes, etcétera.
Primer caso: Urbano
VIII y los jesuitas de Lima
San Francisco de Borja, tercer general de la compañía de
Jesús, había enviado en 1568 al padre Jerónimo Luis del Portillo y a cinco
compañeros para instituir la Orden Jesuita en Lima. Allí fueron y se
instalaron.
Hacia 1623 comenzaron a levantar un templo, adyacente al
ya construido Colegio Máximo de San Pablo; ese año acababa de subir al solio
pontificio Urbano VIII.
(Urbano VIII al momento de otorgarle la licencia a los jesuitas limeños)
El superior de los jesuitas limeños le envió al Papa
Urbano un memorial sobre la construcción de la nueva iglesia, en el cual
solicitaba licencia para poner una puerta en la fachada.
A Urbano le causó sorpresa aquella solicitud pero no por
eso se las negó, suponiendo que quizás los buenos jesuitas querían mostrar su
total adhesión al Papa con una prueba de humildad y sumisión.
Cuando les llegó el permiso papal, los jesuitas alzaron
tres arcos en la fachada de su iglesia y colocaron una puerta debajo de cada
uno. Ahora bien, los canónigos del Cabildo limeño y los religiosos de otras
órdenes se indignaron muchísimo porque sólo las catedrales tenían derecho a
tener tres puertas frontales. Las iglesias, como la recién construida, sólo
tenían derecho a dos. Evidentemente esto se trataba de un abuso y los jesuitas
fueron denunciados.
Las autoridades del lugar respondieron a las denuncias de
los demás religiosos y fueron a buscar a los responsables, es decir, los
jesuitas. Éstos, con la confianza por los cielos, respondieron que tenían una
licencia otorgada por el papa que los habilitaba a construir tres puertas. Las
autoridades exigieron a los jesuitas que mostraran la licencia y así lo
hicieron. Sin embargo, tal permiso no decía nada acerca de la construcción de
una tercera puerta en la fachada de la iglesia.
A esta objeción, los astutos jesuitas respondieron que teniendo
derecho a la construcción de dos puertas sin la necesidad de solicitar permiso
alguno, la tercera era la que justamente habían pedido y recibido.
Enterado de la situación, el Papa Urbano VIII cayó en la
cuenta de que había sido sorprendido en su buena fe. Pero como la dignidad de
la Santa Sede exigía que no apareciera como burlado dictó entonces una nueva
licencia en la cual otorgaba a la iglesia de la Compañía de Jesús de Lima el
privilegio de tener tres puertas en su fachada pero con la condición expresa de
no abrir nunca una de ellas, salvo en casos extremos como incendios o emergencias
que así lo requiriesen.
Finalmente, tras la polémica, el 3 de julio 1638, la
iglesia fue consagrada y al acto concurrió nada menos que el Virrey, el Conde
de Chinchón, y en presencia de más de sesenta jesuitas orgullosos y de varios
dominicos y franciscanos un tanto envidiosos.
Segundo Caso: Pío IV y el correo descompuesto
Segundo Caso: Pío IV y el correo descompuesto
A mediados del siglo XVI el poder francés estaba dividido
en dos grupos: la Casa de los Guisa,
católicos, y los seguidores del Príncipe de Condé,
que era el jefe del partido protestante. Entre ellos hubo muchas peleas, y allá
por marzo 1560 Luis I de Bordón-Condé quiso raptar al rey Francisco II con el objeto de alejarlo de los manejos de
los Guisa, los católicos.
(Francisco II)
El asunto derivó en traiciones varias, cambios de bando,
etcétera, pero lo importante es que el rey se salvó del intento de secuestro y
los de Guisa capturaron a todos los conspiradores que fueron ejecutados.
Aquel suceso fue conocido como la “Conspiración (o Conjura) de Amboise”.
Pío IV, el
Papa en ejercicio por aquellos años, quiso mostrar su alegría por el triunfo de
los Guisa y escribió una carta a Carlos de Guisa,
segundo cardenal de Lorena y arzobispo de Reims. La misiva acompañaba a un
regalo realmente fabuloso: se trataba nada menos que de un cuadro pintado por
Miguel Ángel, que representaba a la virgen con el niño. Pío ordenó un correo
que se encargara de transportar el envío hacia su destino, o sea Reims.
(Pío IV)
Hacia allí partió el mensajero con la carta y la obra bajo
el brazo (o donde sea que lo llevara) cuando sucedió un hecho inesperado.
En el camino, el correo papal fue interceptado por un hombre que adujo pertenecer a la Casa de Guisa y le comunicó al mensajero que él mismo se encargaría de llevar personalmente el regalo hasta Reims. El enviado por Pío no sospechó nada y le entregó la carga sin resistencia ni demoras, ya que suponía que, como se estilaba, alguien iría a recibirlo para culminar el trayecto.
En verdad el hombre que interceptó el correo era protestante y enemigo de los Guisa. Este nuevo mensajero agarró el cuadro junto con la carta y lo llevó hasta Reims pero en el trayecto reemplazó la obra piadosa de Miguel Ángel por otra.
(Carlos de Lorena-Guisa)
Finalmente, el cardenal de Lorena recibió el paquete que le trajo este nuevo mensajero. Lo acompañaban el cardenal de Tournon, el duque de Montpensier y varios representantes de los Guisa. Ante ellos leyó primero la carta en la cual el papa mostraba su alegría por el triunfo sobre los conspiradores, e incluía una breve reseña sobre el cuadro que se adjuntaba como regalo.
Al abrir el paquete, sus ojos y de quienes lo acompañaban
no podían dar crédito de lo que veían: en vez del piadoso cuadro de Miguel
Ángel encontraron otro en el que aparecían el propio cardenal Carlos, su sobrina,
la reina Maria Estuardo, esposa del rey Francisco II, la reina madre Catalina
de Médicis, todos ellos desnudos en medio de una espantosa orgía. Imaginen
ustedes la reacción en el momento de los homenajeados.
La pintura fue enviada inmediatamente a la hoguera, y se
inició una feroz enemistad entre Francia y el papa porque todos creyeron que el
sumo pontífice les había enviado ese cuadro para jorobarlos. La enemistad se
prolongó hasta que un nuevo intercambio de correos dejó en claro lo que había
sucedido.
Tercer caso: Sixto V, Ranucio Farnesio y una huida de película.
Sixto V, Papa entre 1585 y 1590. Se decía se él que era un tipo sencillo pero solía enojarse seguido (lo cual no contrasta su carácter humilde pero sí en tanto que característica “positiva” vs. una “negativa”) y había ciertos descuidos que no admitía bajo ningún concepto.
Tercer caso: Sixto V, Ranucio Farnesio y una huida de película.
Sixto V, Papa entre 1585 y 1590. Se decía se él que era un tipo sencillo pero solía enojarse seguido (lo cual no contrasta su carácter humilde pero sí en tanto que característica “positiva” vs. una “negativa”) y había ciertos descuidos que no admitía bajo ningún concepto.
Una de las órdenes que con mayor recelo hacía cumplir era
la prohibición de portar armas tanto en su presencia como en las distintas
dependencias del vaticano. Quien no hiciera caso sería inevitablemente
condenado a muerte. Los únicos que podían burlar este dictamen, por razones
obvias, eran los integrantes de la guardia vaticana. Pero cualquier otra
persona, tenga el título que tenga o sustente el cargo que sustente, se exponía
a ser sentenciado a muerte.
Cierto día le anunciaron que el hijo del duque de Parma (Alejandro Farnesio), el
gobernador de los Países Bajos Ranucio Farnesio, que pertenecía desde luego a
una de las familias más aristocráticas de Italia, pedía ser recibido por el
Papa.
(Ranucio Farnesio)
Sixto aceptó recibirlo y, tal y como indicaba el protocolo
por él mismo instaurado, lo hizo revisar a Farnesio antes de su encuentro. Y Ranucio
no tuvo mejor idea que entrar “calzado”, razón por la cual lo metieron preso en
el castillo de Sant’Angelo.
El Cardenal Alejandro Farnesio, que era tío de Ranucio,
se enteró de la detención y corrió hasta el vaticano para pedirle al papa que
lo perdonara, a sabiendas de que el Papa Sixto V solía ser bastante expeditivo
en el cumplimiento de las ejecuciones capitales. Digamos que el papa tenía fama de mandar a
ejecutar con bastante rapidez a los condenados, así que el cardenal apresuró el
paso lo más que pudo para encontrarse con el sumo pontífice para intentar
salvar a su sobrino.
Cuando llegó al vaticano, el Papa primero se negó a recibirlo. El
cardenal insistió pero nuevamente recibió la negativa.
Mientras tanto, en el castillo en donde mantenían
prisionero a Ranucio, el prefecto que lo custodiaba ya había recibido la orden
de ejecución.
Enterado Ranucio de que su tío estaba intentando reunirse
con el papa para que le diera el perdón, resolvió hacer tiempo. Le pidió a un
sacerdote hacer una confesión general de sus pecados antes de ser ejecutado.
Desde luego, le concedieron esa gracia y Ranucio inició su
confesión contando todos y cada uno de los pecados que había cometido desde su
más tierna infancia.
Entretanto, luego de las negativas iniciales, el papa
finalmente recibió a Alejandro y le otorgó el perdón solicitado para su
sobrino, pensando quizás que aquel perdón llegaría tarde y que Ranucio ya
estaría muerto.
Pero no fue así; parece ser que a pesar de tener tan sólo
veinte años, Ranuccio había tenido una vida terrible, y aún estaba confesándose
con el sacerdote.
Inmediatamente recibido el perdón, Alejandro salió
corriendo hasta el castillo para notificarle al prefecto la gracia en cuestión.
Cuando llegó, Ranuccio todavía estaba en plena confesión.
Entonces, el custodio dejó libre al príncipe de Parma. Su
tío, temiendo que el papa cambiara de humor en el medio de la cuestión, había
dispuesto en las puertas de la fortaleza unos caballos que finalmente llevaron
rápidamente a Ranuccio fuera de los estados de la iglesia ...".
Acompaña la charla el tango "Me da pena confesarlo", en su versión instrumental interpretada por Juanjo Domínguez.
Saludos.
SirThomas.
2 comments:
Muy interesante y de actualidad la temàtica
Abrazo
Papone
Gracias Rocky.
Saludos.
Sir.
Post a Comment