Dos historias dos de farsantes o estafadores más que interesantes. En la primera de ellas, un zapatero alemán se hace pasar por Capitán, burlándose de la policía y el ejército germano. En la segunda, un grupo de intelectuales, entre los que se destacaba Virginia Woolf, se hace pasar por príncipes abisinios y son recibidos con todas las pompas por la Marina Real inglesa.
A continuación, la transcripción de la principal fuente de donde hemos tomado la historia, el programa La Venganza Será Terrible del 02-03-2010, con algunas variaciones y retoques lógicos necesarios al pasar de la narración oral al relato escrito.
Debajo de las historias, les dejamos los links para escuchar el audio online o bien para descargarlo y que lo escuchen cuando les plazca.
Primera historia, el zapatero que burló a la policía alemana.
Primera historia, el zapatero que burló a la policía alemana.
Hablaremos de impostores; en realidad no hablaremos de
impostores sino que contaremos dos historias cuyos protagonistas han sido
impostores o más bien dos historias de imposturas.
La primera de ellas requiere que nos traslademos a Berlín y
al año 1906. El protagonista principal de esta historia es un zapatero llamado Wilhelm
Voigt, de 57 años, que vivía obsesionado por los uniformes militares. Era muy
conocedor en la materia y, en otro orden de cosas, durante 27 años había estado
preso por varios delitos menores (entre los cuales no figuraba el admirar
uniformes militares).
En la cárcel se había entretenido estudiando uniformes militares de todos los países (fue allí donde perfeccionó su obsesión antes marcada). Cuando salió de la cana vio en la vidriera de una tienda de prendas de segunda mano un reluciente uniforme de Capitán que colgaba allí y se lo compró. Parece que lo deseaba Wilheim, después de todo, era un poco de respeto y algún dinero.
En la cárcel se había entretenido estudiando uniformes militares de todos los países (fue allí donde perfeccionó su obsesión antes marcada). Cuando salió de la cana vio en la vidriera de una tienda de prendas de segunda mano un reluciente uniforme de Capitán que colgaba allí y se lo compró. Parece que lo deseaba Wilheim, después de todo, era un poco de respeto y algún dinero.
Entonces tramó su plan maestro.
Primero, realizó un estudio minucioso de la milicia local, y
después decidió hacer un ensayo del engaño que planeaba.
Para lo cual, aprovechando que había una fiesta de
cerveceros en Berlín, Wilheim se puso el uniforme de Capitán que había comprado
y se apersonó en el lugar. Entró majestuosamente y en cada stand los
comerciantes lo saludaban con cordialidad y respeto. También lo halagó
enormemente que las damas les dieran algunas señales, tímidas pero
aprobatorias, tal es así que esa misma tarde se consiguió una amante.
Wilheim se preparó entonces para dar los últimos retoques a
su plan mayor. Este plan era una treta para aprovechar esa proverbial
admiración prusiana por los uniformes (y por la autoridad) y vengarse de los
funcionarios gubernamentales del káiser que se habían negado a entregarle sus
documentos y pasaporte después de su período en la cárcel (cuando salió de la
prisión le negaron el documento y el pasaporte).
(Wilheim Voigt, con el uniforme)
Un día Wilheim se disfrazó con su uniforme de Capitán y se
dirigió a uno de los grandes cuarteles de Berlín. En el camino, se cruzó con un
cabo y cinco soldados que venían caminando y Voigt se dirigió al cabo y le
dijo:
“A dónde lleva esos hombres?”,
“Al cuartel”, respondió el cabo.
Y Wilheim dijo “Bueno, que me acompañen a mi que les voy a
encomendar una misión”.
Y los soldados acataron la orden. En el trayecto ordenó a
otros cuatro soldados que se unieran el grupo y ya con diez hombres detrás de
él, Wilheim viajó a Kopernik, un distrito situado en las afueras de Berlín.
Al llegar allí, alineó a su pequeña tropa y se encaminó
hacia la municipalidad. Habló entonces con el Burgomaestre (alcalde), el doctor
Georg Langerhans y le dijo que estaba arrestado. Le explicó a continuación que
había sido enviado desde Berlín para investigar la desaparición de fondos
municipales y que él era el principal sospechoso de la maniobra.
Después fue a entrevistar al tesorero de Kopernik. También
lo arrestó y confiscó de paso todos los fondos. El tesorero abrió las cajas
fuertes y le entregó al Capitán cinco mil marcos.
Después le ordenó al capitán de la policía local que
requisara por la fuerza algunos carruajes que pasaban por ahí e hizo que
metieran a todos los funcionarios municipales del pueblo en esos carruajes y
ordenó que los llevaran a Berlín y se los entregaran al General Moltke, del que
Wilheim tenía conocimiento de su existencia dado el estudio que había realizado
previo a su treta. Así se hizo.
Llegaron a Berlín los carruajes con los funcionarios de
Kopernik, se los entregaron al General Moltke, que enseguida se dio cuenta de
lo absurdo de la situación y los mandó de regreso. También tomó la precaución
de enviar una partida armada para arrestar a Wilheim Voigt pero era tarde
porque el falso Capitán ya se escapado del lugar.
Al día siguiente, todos los periódicos hablaban del
“misterioso hombre que había burlado al ejército”. Wilheim estaba encantado.
Habían ofrecido una recompensa de 25 mil marcos por su cabeza y eso (a pesar
del riesgo que suponía) lo ponía muy contento a este hombre.
Pasaban los días y nadie lo encontraba, y entonces él mismo
mandó una fotografía para ayudar a la policía y al cabo de diez días lo
arrestaron. Le dieron cuatro años de prisión pero no cumplió toda su condena
porque el mismo Káiser Guillermo II de Alemania, al enterarse de las proezas de
este hombre, lo perdonó. Sólo estuvo veinte meses en la cárcel.
(Estatua que recuerda al "Capitán Kopernik", en la entrada de la sede de la policía de esa ciudad)
Finalmente, Wilheim Voigt abandonó la prisión convertido en
una figura famosa y con sus ambiciones satisfechas, menos la del dinero porque
se lo hicieron devolver. Emigró hacia los Estados Unidos y participó en
comedias musicales como actor. Una viuda vino a cambiar su vida porque
cautivada por la gracia de sus actos le concedió una pensión de por vida que le
permitió retirarse cómodamente a Luxemburgo y allí se murió de viejo.
Segunda historia: Los falsos príncipes abisinios o El engaño del Dreadnought.
En 1921 (dice Dolina en su charla según varias fuentes ocurrió en 1910) se produjo un engaño en el edificio de la Marina Real inglesa. El fin de la impostura era realizar una broma, aquí no había ansias de riqueza ni de fama.
Un filósofo, miembro de la nobleza, William Horace de VereCole, se hizo pasar por Herbert Cholmondeley, dijo pertenecer al Ministerio de
Asuntos Exteriores y mandó un telegrama a la marina para planificar la visita
de un grupo de príncipes abisinios, o sea etíopes. Los altos miembros de la Marina dijeron aceptar la
llegada de estos extranjeros y se dio paso al protocolo reservado para estos
casos.
El 7 de febrero de 1923 (o 1910 según las otras fuentes
consultadas), cuatro personas disfrazadas con barbas y túnicas tomaron el tren
en la estación de Paddington, en las afueras de Londres, y un rato más tarde llegaron
a la capital inglesa. Para la caracterización habían recibido la ayuda de un
experto en maquillaje teatral llamado William Claxon.
Bajo los disfraces, ya camino al edificio de la Armada, iban cuatro amigos
de William Vere Cole.
Estos cuatro amigos eran: el atleta Anthony Buxter, el
artista Duncan Grant, la escritora
Virginia Wolf y su hermano,
Adrián Stephen. También iba Guy
Ridley, hijo de un juez, a quien llevaban como “intérprete”. El propio Cole los
acompañaba bajo el nombre ya citado de Cholmondeley. El hombre del Ministerio
de Asuntos Exteriores era él, después de todo. (todos ellos pertenecían al
Círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales británicos que se destacaban en el terreno artístico, literario o social que vivían cerca del barrio londinense del mismo nombre, o sea Bloomsbury).
(El grupete de bromistas caracterizados como los príncipes abisinios)
Entraron al edificio y la recepción fue mejor de lo que los impostores jamás habían soñado: una alfombra roja se extendía desde el tren hasta una plataforma y desde allí hasta el vestíbulo abierto de la estación. Más allá los esperaba una guardia de honor, pasaron revista, tras lo cual llevaron a los príncipes al edificio de la Marina Real en un barco militar a través del Río Támesis.
Mientras navegaban los falsos príncipes repartían tarjetas
de presentación impresas en un idioma inexistente. Cuando hablaban entre ellos
mezclaban el latín con un acento extraño y cada tanto decían “bunga bunga”,
cuando le mostraban algo importante.
El edificio de la
Armada había sido adornado con banderas para esta visita. En
el salón central tocaba la orquesta militar de Londres.
Virginia Wolf dijo más tarde que sobreactuaban tanto que no
podían creer que no se quebrara la verosimilitud de sus disfraces. Durante la
tarde, los príncipes abisinios solicitaron colchonetas para rezar durante el
ocaso y confirieron distinciones abisinias a algunos de los oficiales de mayor
rango.
Tres veces estuvieron a punto de ser descubiertos: la
primera fue cuando se les ofreció principesca a bordo de la nave que los
llevaba (recordemos que fueron a dar un paseo por el río Tames) y tuvieron que
negarse aduciendo que las costumbres religiosas de los príncipes les impedía
comer o beber sobre el agua aunque la verdad era que el maquillador Claxon les
había advertido que si trataban de comer cualquier cosa se les iban a caer los
labios postizos; después, los impostores se asustaron cuando les presentaron un
oficial que era pariente de Virginia Wolf pero por efecto del disfraz y el
maquillaje no llegó a reconocerla; el tercer momento de pánico ocurrió cuando
Buxton, el atleta, estornudó y la mitad de su bigote salió volando aunque llegó
a pegárselo nuevamente antes de que alguno se diera cuenta.
La visita culminó con fotografías para la prensa, saludos
del Rey Jorge V por telegrama y un tratado de amistad que fue firmado entre el
principado de Abisinia y Londres.
(La portada del Daily Mirror con la ocurrencia de los intelectuales)
Los príncipes se despidieron, recibieron una imitación de la
corona británica y también varios escudos de protocolo.
Luego de la despedida, y ya sin sus disfraces, los
impostores redactaron un pedido de perdón a la más alta jerarquía de la Marina Real y la vergüenza de
los oficiales fue tal que se limitaron a cobrarles una multa de cuatro mil
libras por los gastos y también les pidieron de vuelta los regalos. Los
impostores pagaron y así terminó la aventura.
Este hecho se conoció como “el engaño del Dreadnought”, ya
que el buque que visitaron los falsos príncipes se llamaba “HMS Dreadnought” y
en su época era el más importante navío de la marina real inglesa.
Acompaña la charla la canción “Soy”, que canta Karina
Beorlegui, compuesta por el propio Alejandro Dolina.
Para escuchar el audio online, con la canción de cierre incluida, sólo hacer click en play (duración 18.52).
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Si la quieren escuchar online en algún otro momento, ACÁ el link pertinente.
Para descargar el audio con estas singulares historias, dirigirse a ESTE link (peso: 8 megas).
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Saludos.
SirThomas.
4 comments:
EXCEPCIONAL post.
Saludos.
Excelente, gracias Cesc.
Saludos.
SirThomas: me decidí a hacer posteos con las imposturas de La Venganza y me encontré con que vos ya lo venías haciendo. Parece que andamos por la misma senda.
http://www.frodorock.blogspot.com.ar/2014/08/imposturas-vengativas-i.html
Muy interesantes en tu blog las reseñas sobre los carteles de la calle.
Saludos!
Frodo
Buenas!
Aquí le hemos dedicado varios posts a la genial sección de "historia" de La Venganza, entre ellas las imposturas. Genial idea de su parte. Andaremos pispeando su blog en el que ya de por sí hemos encontrado algunas coincidencias. Enhorabuena.
Saludos.
Sir.
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