Si bien es cierto que mucho se ha dicho y otro tanto se ha escrito
sobre este mito popular que advierte lo que ya todos sabemos: la ingesta
combinada de sandía y vino ocasiona la muerte, no es menos cierto que (casi) todo
lo dicho y escrito se direccionó en un sentido: derrumbar el mito (o, para expresarlo mejor confirmar su estatus de mito justamente).
Científicos, médicos, especialistas en frutas y vinos,
comunicadores sociales, poderosos medios de comunicación y personas de a pie en
general se han puesto mayoritariamente de acuerdo en sostener una única
versión; una supuesta verdad contaminada de pies a cabeza por la influencia
(¿alguno dijo lobby?) de poderosos productores de vino (sobre todo) y sandía (un
poco menos) que para defender sus intereses son capaces de esconder los potenciales
riesgos de esta extendida costumbre nacional y popular.
Sin embargo, nuestro staff de investigadores y curiosos
periodistas ha logrado hallar un documento histórico que revela datos hasta
aquí desconocidos de la historia no tan reciente de nuestro país; un documento
histórico que seguramente generará polémica entre los círculos de suboficiales,
que tratará de ser silenciado por falsos influyentes y hombres de industria
pero que verá la luz aquí y ahora.
Que la historia nos juzgue.
El hecho que venimos a rescatar y que se relaciona
directamente con el “mito”, tiene un origen, un comienzo, y para ayudar a contextualizar
la parte que más nos interesa del relato, repasaremos el documento completo,
para comprender enteramente los hechos narrados.
Para tal tarea, echaremos mano al libro de Daniel Balmaceda
“Historias de corceles y de acero” (que de paso recomendamos), en donde se
relata el acontecimiento que viene a echar luz
sobre el mito que nos convoca.
A prestar atención.
[OJO, es “largo” para el promedio de textos que se suelen
compartir en este tipo de plataformas; si no le interesa, puede detener aquí la
lectura, o bien dirigirse al párrafo final en donde está lo sustancial del
documento, aunque quizás no entienda del todo de dónde viene esa resolución;
está usted advertido]
Del capítulo “Ese viejo rencor” (levemente modificado): En
itálica pequeños agregados de nuestro redactor; puntos suspensivos indican que
se omitió una parte del texto.
“(Sabido es que) a los Pueyrredón cualquier campo de batalla
los atraía como un potente imán. Durante el siglo XIX se los vio desde
reconquistar y defender la ciudad de Buenos Aires hasta participar en las
expediciones de conquista territorial en el sur ...
Por esa conducta tan típica de la familia, no resultó
extraño que en septiembre de 1818 Manuel Pueyrredón, de tan sólo 16 años, se
presentara en el fuerte de Buenos Aires y se entrevistara con el Director
Supremo –que era su tío Juan Martín- para solicitarle que lo incorporara al
Ejército de Los Andes que se encontraba en Chile, donde San Martín y O’ Higgins
habían vencido a los realistas en Maipú y combatían a los últimos focos
antirrevolucionarios antes de continuar la acción en tierras del Perú. El
permiso fue concedido. Manuel Pueyrredón sirvió al ejército durante tres años,
hasta que fue imprescindible darlo de baja por la cantidad de heridas que acumulaba.
En Los Ángeles (sur de Chile), una emboscada de los
realistas aniquiló a cincuenta infantes y a cuarenta granaderos. Bueno, en
realidad a treinta y nueve porque el joven soldado Pueyrredón quedó tendido en
el campo, con tres profundas heridas de lanza y dado por muerto, pero
sobrevivió.
Pocos días después, aún no repuesto del todo, participó en
el combate de Pailligüé. De allí, se llevó de recuerdo tres balazos que sumados
a sus heridas de lanza lo convirtieron en habitual huésped del hospital de
campaña. A pesar de su delicado estado de salud no se quedó quieto y volvió al
campo de batalla en busca de más heridas que calmaran su sed de aventurera.
Así, estuvo presente en Curalí (siempre al sur de Chile), en donde recibió
cuatro balazos, y en otros tantos combates hasta que un buen día, una junta de
médicos convocada por el propio San Martín resolvió salvar su frágil vida al
decretar que al menos por un tiempo era inepto para continuar en el frente.
Así llegamos al año 1821. Manuel, con 19 años y tres de
servicio, fue enviado a Mendoza, junto a otros ocho compañeros inválidos sin
imaginarse que allí se reencontraría con el hombre que más odiaba.
El gobernador de Mendoza no era otro que Tomás Godoy Cruz,
alfil de su tío Juan Martín de Pueyrredón y de San Martín en el Congreso de
Tucumán. Sin embargo, Manuel lo despreciaba pero no por ser alfil de su tío ni
de San Martín sino por lo que contaremos a continuación.
Tiempo atrás entre ellos (o sea Godoy Cruz y nuestro
valiente protagonista) hubo una mujer: Victoria Ituarte Pueyrredón, prima
hermana del joven combatiente. Manuel había estado profundamente enamorado de
ella en el mismo tiempo en que Godoy Cruz pretendía cortejarla. Y aunque
Victoria no se quedó con ninguno de los dos, allí surgió el odio entre los dos
pretendientes que perduró hasta los tiempos que nos ocupan.
Volviendo a la historia, los nueve inválidos atravesaron la
cordillera y arribaron a Mendoza, en donde se instalaron de manera provisoria
en la fonda de Saturnino Saraza. Luego, concurrieron a la sede de la
gobernación a fin de presentarse y solicitar alojamiento en casas de familia
distinguidas, tal y como se acostumbraba en la época.
Godoy Cruz los recibió de mala manera (el cronista no aclara por qué pero supongamos que había tenido un mal
día). En medio de la recepción, Manuel Pueyrredón lanzó una respuesta
inadecuada
“Escúcheme nos va a
dar alojamiento o no, viejo, decídase”.
El gobernador no lo había reconocido hasta que leyó su
nombre en el papel que le presentaron. Entonces le dijo:
¿Me conoce usted?, a lo que Pueyrredón respondió tajante:
“Si, señor”.
Godoy Cruz, quizás
recordando aquel viejo enfrentamiento amoroso, y tras unos momentos de
vacilación, escribió una esquela para el alcalde de primer voto en donde le
solicitaba que se ocupara del alojamiento de los recién llegados. Se la entregó
a los propios interesados y los nueve veteranos se dirigieron al Cabildo con la
recomendación gubernamental.
Grande fue la sorpresa cuando descubrieron que el gobernador
sólo encargó la búsqueda de alojamiento para ocho de los nueves interesados. En
el listado no figuraba Pueyrredón, quien furioso regresó a la casa de Godoy
Cruz para reclamarle por la descortesía.
- Godoy Cruz: No le he dado alojamiento porque usted tiene
en Mendoza muchas amistades y no debe necesitarlo.
- Pueyrredón: Es verdad, pero no me hallo en el caso de molestarles
desde que el gobierno tiene la obligación de darme alojamiento.
- Godoy Cruz: ¡No hay tal obligación!
- Pueyrredón: ¡Cómo no ha de haberla cuando somos oficiales
del Ejército de la República y nuestros servicios nos han hecho acreedores a
esa hospitalidad en el seno de la Patria al regresar a ella casi inválidos!
- Godoy Cruz: República Argentina, Provincias Unidas del Río
de la Plata... hoy nada de eso existe, somos independientes...
- Pueyrredón: ¿Entonces habré de morirme de hambre?
-Godoy Cruz: ¡Muérase!
La discusión se mantuvo en el mismo tono, entre la altanería
y la soberbia. Dos protagonistas, dos próceres de la historia argentina
estuvieron a punto de agarrarse a las trompadas por culpa de un viejo rencor (y la negativa de alojamiento por parte de
Godoy Cruz, claro). Concluido el acalorado debate, finalmente le otorgaron a
Manuel el consabido refugio”.
Y luego de esta no tan breve introducción, llegamos al
capítulo que más nos interesa, intitulado “Vino y Sandia”:
“Durante la estadía en Mendoza resolvieron los inválidos del
Ejército Libertador entretenerse en una partida de caza.
Marcelino Balbastro le prestó a Manuel Pueyrredón una
escopeta de doble caño. Dos docenas de veteranos se divirtieron disparándoles a
las perdices y, aunque ninguno de ellos se casó ese día, los cazadores comieron
perdices y fueron felices, sobre todo porque en ningún momento se privaron de
calmar la sed con los insuperables vinos mendocinos.
La diversión continuó con piedras. Se llamaba juego de
guerrillas y consistía en dividir a los participantes en dos bandos y comenzar
a tirarles piedras a los adversarios. Debe haber sido entretenido porque
pasaron largo tiempo jugando e inclusive se internaron en un sandial y
prosiguió el juego, pero con nuevos proyectiles: pedazos de sandía.
Los gallardos heridos de la Patria empezaban a agotarse.
Algunos abandonaron el juego y fueron a una acequia a lavarse las manos
pegoteadas por la fruta. Pero mientras unos querían lavarse, otros pretendían
seguir con la diversión.
Manuel Pueyrredón estaba arrodillado delante de la acequia,
de espaldas a compañeros que aún le tiraban cáscaras de sandía. Tomó la
escopeta, se dio vuelta y dijo que si le seguían tirando, respondería con
balas. Por supuesto que lo dijo en broma. Pero por supuesto que a las armas las
carga el diablo. Un disparo salió de uno de los dos cañones e impactó en el
abdomen de un oficial peruano de apellido Maldonado.
De inmediato corrieron a la ciudad en procura de un médico.
Pueyrredón fue encarcelado. Maldonado rogó que lo liberaran debido a que se
trataba de un accidente. Aunque en este caso, se trató de un accidente fatal.
Esa misma noche el oficial murió.
Lo extraño es que la bala pudo ser extraída en cuanto lo
hirieron porque no alcanzó a ingresar en el cuerpo, sino que quedó en la
superficie.
Después de tomar declaración a las dos docenas de testigos,
se estableció que no podía probarse que hubiera muerto por la bala perdida y que existía la posibilidad de que se
debiera a la ingesta combinada de sandía y vino, "que había tomado en
abundancia".
Creo que es lo suficientemente claro el cronista como para
agregar algo más. Quizás, sólo quizás, el médico a cargo de la “autopsia” haya
dejado alguna ventana abierta por la que puedan ingresar algunas dudas pero lo
que está claro es que la anécdota es al menos curiosa.
(Imagen con la cita textual)
Fuente: Balmaceda, Daniel, Historias de corceles y de acero,
de 1810 a 1824, Sudamericana, Argentina, 2010, págs. 286/91
Saludos.
SirThomas.
3 comments:
Me gusta esta explicación histórica a una leyenda, un rumor, que siempre me pareció algo infundado, sin sentido
Muy bueno, no conocía esta historia. Pero me parece que es un eslabón más en la cadena de mitos acerca de la ingesta combinada de sandía y vino. Me suena que el mito ya venía de antes y lo utilizaron para que Manuel zafe.
Igual lo felicito por el hallazgo, acerca de este tema que tanto interesó siempre al amigo Dolina.
Abrazo Sir!
PD: voy a revisar tu lista de libros, ya vi uno que me interesa. Reviso bien y arreglamos
Demiurgo: Gracias por pasar nuevamente! Al menos es una visión original sobre el tema.
Saludos.
Frodo: Anoto la hipótesis que presentó; puede que tenga razón; no iban a manchar el apellido Pueyrredón con un accidente como el que se relata.
Ahí vi el pedido; más luego te mando un mail!
Saludos.
Sir.
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