Una de las pocas anécdotas que valen la pena recordar del pasaje de SirThomas por el secundario.
Resulta que en una de las pocas horas libres que tuvimos a lo largo de los cinco años, no recuerdo de qué materia, para qué mentirles, el alumnado de quinto año estaba un tanto alborotado. Sin presencia de autoridad alguna en el aula, comenzaron a volar de un extremo a otro del salón tizas, en una de esas típicas “guerras” que suelen surgir en este tipo de instituciones educativas. Todos estaban involucrados. Primero, únicamente los hombres arrojaban los blancos proyectiles, algunos con velocidades y violencia un tanto excesivas, pero luego mujeres y niños (?) se sumaron al “juego”, convirtiendo al aula en un verdadero campo de batalla. Algunos saltaban para lanzar con mayor potencia, otros se subían arriba de los bancos y pupitres para lograr mejor posición y acabar con el enemigo.
Todos se habían involucrado a esa altura y poco a poco los desafíos iban en aumento. Las tizas ya eran cosa de nenes y alguno empezó a revolear el borrador, siempre teniendo cuidado de no golpear a alguien en la cabeza, claro. El juego pasó a ser estrellar el borrador contra el verde pizarrón, y luego directamente revolearlo sin rumbo fijo de un lado al otro del aula, primero a baja altura y luego elevándolo a riesgo de golpear los tubos de luz que iluminaban el lugar. Llegado su turno, SirThomas calculó, midió, tuvo en cuenta el peso del objeto, su fuerza, el viento, las distancias, e intentó lo imposible: pasar el borrador del extremo norte al sur por encima de los tubos de luz. Nada es imposible, pensó para sus adentros. Mal pensado.
Ni siquiera pudor atravesar el primer obstáculo. En un instante, cientos de miles de pedacitos del tubo de luz inundaron el suelo del aula. Mitad del aula quedó a oscuras. Gritos desesperados de mujeres y niños alarmaron al equipo de preceptores. Rápidamente, uno de ellos, estaba parado en la puerta, observando el dantesco panorama. Los alumnos trabaron durante un tiempo el acceso para deliberar. “¿Che, qué hacemos? Fuimos todos chicos, eh. Que nadie diga nada, acá somos todos responsables, todos estábamos tirando tizas, revoleando cosas. Fuimos todos o no fue nadie. Como pasó en cuarto, hagamos eso”.
Finalmente, se llegó a esa decisión. Todos soportaríamos la carga de la culpa, quizás así zafaríamos de las amonestaciones y el responsable se ahorraría la humillación de enfrentar al rector y sufrir una pena mayor.
“¿Qué pasó acá? Quién fue?, Quién hizo este desastre?”, fueron los primeros interrogantes del preceptor al atravesar la puerta. El silencio estampa de los alumnos lo puso nervioso. “Alguien fue, digan quién fue, quién es el responsable. Sino, veinte amonestaciones para todos”.
Esa última frase hizo resquebrajar el pacto. Comenzaron los nervios, los murmullos. “Che, yo no quiero que me amonesten, nunca me pusieron amonestaciones, qué va a decir mi viejo y qué le voy a decir”, decían algunos. “Bueno, pero si decís que fueron amonestaciones generales no pasa nada, le decís que fuimos todos y listo”. Otros, mostraban una preocupación mayor: “Che, yo ya tengo diez, si me ponen veinte, me echan”.
“Alguien fue, digan quién fue, quién es el responsable. Sino, veinte amonestaciones para todos”, repitió El Preceptor y las dudas y el temor de parte del alumnado se hicieron más grandes. El pacto sería roto.
De repente, las miradas inquisidoras apuntaban a un pupitre, a un banco específico. Iluminado en medio de la oscuridad emergía la figura de SirThomas, como si de repente todos a su alrededor hubiesen desaparecido y él era el único allí presente. Perspicaz, el preceptor dirigió ahora sus palabras hacia él: “Fue usted Sir?, confiese”. SirThomas miró buscando una luz de esperanza entre sus compañeros, buscó alguna mirada cómplice que lo pueda salvar, pero la mayoría ya había decidido, no había escapatoria posible.
“Sí, Adrián, fui yo, me hago cargo”, fueron mis palabras y el resto del curso pudo respirar tranquilo.
“Bueno, Sir, espere aquí afuera, hablo con el rector y luego va para la rectoría”.
Finalmente, la sanción no incluyó amonestaciones ya que fueron canjeadas por una caja de tizas, tubos de luz para reemplazar los rotos y un borrador nuevo. Al borrador no le había pasado nada pero preferí no discutir sobre ese punto con el rector. La humillación fue entrar al otro día al establecimiento con la caja de tizas, los tubos y el borrador en la mano. Nadie mostró compasión por mi situación pero lo entendí como una lección de vida.
Saludos.Resulta que en una de las pocas horas libres que tuvimos a lo largo de los cinco años, no recuerdo de qué materia, para qué mentirles, el alumnado de quinto año estaba un tanto alborotado. Sin presencia de autoridad alguna en el aula, comenzaron a volar de un extremo a otro del salón tizas, en una de esas típicas “guerras” que suelen surgir en este tipo de instituciones educativas. Todos estaban involucrados. Primero, únicamente los hombres arrojaban los blancos proyectiles, algunos con velocidades y violencia un tanto excesivas, pero luego mujeres y niños (?) se sumaron al “juego”, convirtiendo al aula en un verdadero campo de batalla. Algunos saltaban para lanzar con mayor potencia, otros se subían arriba de los bancos y pupitres para lograr mejor posición y acabar con el enemigo.
Todos se habían involucrado a esa altura y poco a poco los desafíos iban en aumento. Las tizas ya eran cosa de nenes y alguno empezó a revolear el borrador, siempre teniendo cuidado de no golpear a alguien en la cabeza, claro. El juego pasó a ser estrellar el borrador contra el verde pizarrón, y luego directamente revolearlo sin rumbo fijo de un lado al otro del aula, primero a baja altura y luego elevándolo a riesgo de golpear los tubos de luz que iluminaban el lugar. Llegado su turno, SirThomas calculó, midió, tuvo en cuenta el peso del objeto, su fuerza, el viento, las distancias, e intentó lo imposible: pasar el borrador del extremo norte al sur por encima de los tubos de luz. Nada es imposible, pensó para sus adentros. Mal pensado.
Ni siquiera pudor atravesar el primer obstáculo. En un instante, cientos de miles de pedacitos del tubo de luz inundaron el suelo del aula. Mitad del aula quedó a oscuras. Gritos desesperados de mujeres y niños alarmaron al equipo de preceptores. Rápidamente, uno de ellos, estaba parado en la puerta, observando el dantesco panorama. Los alumnos trabaron durante un tiempo el acceso para deliberar. “¿Che, qué hacemos? Fuimos todos chicos, eh. Que nadie diga nada, acá somos todos responsables, todos estábamos tirando tizas, revoleando cosas. Fuimos todos o no fue nadie. Como pasó en cuarto, hagamos eso”.
Finalmente, se llegó a esa decisión. Todos soportaríamos la carga de la culpa, quizás así zafaríamos de las amonestaciones y el responsable se ahorraría la humillación de enfrentar al rector y sufrir una pena mayor.
“¿Qué pasó acá? Quién fue?, Quién hizo este desastre?”, fueron los primeros interrogantes del preceptor al atravesar la puerta. El silencio estampa de los alumnos lo puso nervioso. “Alguien fue, digan quién fue, quién es el responsable. Sino, veinte amonestaciones para todos”.
Esa última frase hizo resquebrajar el pacto. Comenzaron los nervios, los murmullos. “Che, yo no quiero que me amonesten, nunca me pusieron amonestaciones, qué va a decir mi viejo y qué le voy a decir”, decían algunos. “Bueno, pero si decís que fueron amonestaciones generales no pasa nada, le decís que fuimos todos y listo”. Otros, mostraban una preocupación mayor: “Che, yo ya tengo diez, si me ponen veinte, me echan”.
“Alguien fue, digan quién fue, quién es el responsable. Sino, veinte amonestaciones para todos”, repitió El Preceptor y las dudas y el temor de parte del alumnado se hicieron más grandes. El pacto sería roto.
De repente, las miradas inquisidoras apuntaban a un pupitre, a un banco específico. Iluminado en medio de la oscuridad emergía la figura de SirThomas, como si de repente todos a su alrededor hubiesen desaparecido y él era el único allí presente. Perspicaz, el preceptor dirigió ahora sus palabras hacia él: “Fue usted Sir?, confiese”. SirThomas miró buscando una luz de esperanza entre sus compañeros, buscó alguna mirada cómplice que lo pueda salvar, pero la mayoría ya había decidido, no había escapatoria posible.
“Sí, Adrián, fui yo, me hago cargo”, fueron mis palabras y el resto del curso pudo respirar tranquilo.
“Bueno, Sir, espere aquí afuera, hablo con el rector y luego va para la rectoría”.
Finalmente, la sanción no incluyó amonestaciones ya que fueron canjeadas por una caja de tizas, tubos de luz para reemplazar los rotos y un borrador nuevo. Al borrador no le había pasado nada pero preferí no discutir sobre ese punto con el rector. La humillación fue entrar al otro día al establecimiento con la caja de tizas, los tubos y el borrador en la mano. Nadie mostró compasión por mi situación pero lo entendí como una lección de vida.
SirThomas.
10 comments:
Una lección de vida, sin duda: no se puede confiar en una manga de cagones ni, en general, en grupos humanos. Lo humillante no es hacerse cargo y entrar con los tubos sino hacerse el boludo y dejar que pague el otro. Algunos de tus ex compañeros tiratizas deben estar haciendo buenas carreras en la arena política o en el competitivo (?) mundo de los negocios. Saludos.
Chino, seguramente vos también hubieses roto el pacto (?). Igual te dejo Saludos.
Cinzcéu: Ha interpretado muy bien el relato.
Saludos.
Me sumo a lo expresado por Cinzcéu, al principio todos se hicieron pasar por buenos tipos, pero apenas los apretaron un poco se vio claramente como se cagaron.
De todas formas, rescato el gesto de grandeza y hombría (?) en hacerse cargo de la situacion.
Saludos.
Es así como tu dices. Se han perdido los códigos.
Saludos Leo.
eso es ho,bria y huevos!
tendrias que haber sido militar!
carajo!
PD: tus compañeros unos verdaderos amigos, no?
Bueno, para serle sincero, de aquel período escolar sólo me ha quedado un amigote jeje.
De todas maneras, no todos tenemos la templanza en la venas, los entiendo y los perdono. No todos nacimos con la templanza en las venas :P
Saludos.
"No todos nacimos con la templanza en las venas" impresionante Sir. Una lección de vida todo, la situación, el post y los comments.
Del secundario tengo muchos recuerdos y de los muy buenos, siempre digo que tuve suerte. En particular, me pasó algo parecido pero no igual y en 7mo grado, nos rateamos todos y bueno, como que todos tuvimos que confesar :P . Una situación así como la que describé usté no.
Excelente post, se resume con la palabra "Templanza", una buena etiqueta sería "SirTemplanza".
Un abrazo grande!
Excelente César, como siempre colaborando con la producción de un perfecto...gracias por el comment y la sugerencia que seguramente será tenida en cuenta. Cuando cumplamos el año (?) al aire (?) haremos un repaso y reordenamiento del blog, allí será tratada la propuesta.
Recuerdo que mis rateadas del colegio fueron de lo más decepcionantes que te puedas imaginar.
Un Abrazo Gigantestco !!
Tengo demasiadas anécdotas de la secundaria, me inspiraste un post (otra vez).
En mi caso, una vez "tomamos el curso" , trabamos las puertas desde adentro del aula y coincidimos : Estamos todos en ésta? Sí.
Y nadie fue a decir que Nahuel fue quien trabó la puerta. De todos modos ese hecho no nos hizo inseparables ni mucho menos, sólo logramos (?) que una docente renunciara a seguir enseñando para 4to 1ra, nuestro curso.
Saludos.
Yo te inspiro, tu me inspiras. Adelante con el post pertinente.
Curiosa anécdota la tuya, no te hacía tan rebelde (?). Ahora todos sabemos que fue Nahuel (?). Pobre la profe que tuvo que renunciar.
Saludos *Pat*
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