Posiblemente muchos de ustedes ya conozcan los pormenores
que rodearon la muerte de uno de los escritores teatrales (sino el que más)
importantes de la historia de Francia, su relación con el obcecado rechazo que
el color amarillo produce entre los supersticiosos actores y profesionales del
mundillo teatral y desde luego la injerencia que sus obras han tenido desde
aquel entonces hasta nuestros días.
La referencia es desde luego para Moliere, quien encabeza
la cartelera de este interesante y curioso decálogo de muertes extravagantes
que cuenta con las actuaciones estelares de políticos, poderosos, críticos de
arte, un papa y hasta un sastre austríaco que ganó fama mundial precisamente
por su llamativo deceso.
Como ha ocurrido en ocasiones anteriores aquí lo
importante no son los datos bibliográficos de los protagonistas sino los detalles
sobre los que nos interesa comentar: cómo es que fenecieron. Cabe agregar que
en el relato dolinesco que citamos, y por cuestiones de tiempo radial, en
varios casos los pormenores de las muertes están levemente exagerados o
resumidos a favor de un giro cómico o gracioso pero no por ello dejan de ser
verdaderos. En algunos encontrarán links en donde se amplían los detalles de
esos decesos.
El audio que acompaña este post contiene algunos
silencios (propios de fallas en la grabación) pero que no estropean demasiado
el relato. Contrariamente a lo que sucede habitualmente cada vez que convocamos
al señor Alejandro Dolina a nuestro espacio, en esta ocasión nuestros escribas
han variado leve o gravemente el relato oral para una mejor comprensión en el
pasaje al lenguaje escrito.
De todas maneras, la recomendación es siempre la misma y
por eso aquí debajo les dejamos el audio original para que lo escuchen y
disfruten mientras proceden a la cuidadosa lectura de cada uno de los casos.
Primer caso: Moliere.
Quizás el autor teatral más célebre de Francia. Su nombre
real o de nacimiento era Jean Baptiste Poquelin. De contextura física alta y modales nobles solía frecuentar la corte del rey Luis XIV, en donde
presentaba sus obras, reconocido ya su talento para la escritura.
También era actor, aunque bien cabe acotar que por aquel
entonces el oficio no tenía tras de sí el prestigio o la fama que tiene por
estos días, razón por la cual Jean Baptiste se bautizó a si mismo con el
seudónimo con el que todos lo conocemos, es decir Moliere. Influyó en esta
decisión también el hecho de que sus padres eran nobles y él no quería
avergonzarlos con tan desprestigiada profesión.
Era conocido en toda Francia ya que durante varios años
se dedicó a recorrer el país entero representando sus obras; una vez
establecido como un autor reconocido, regresó a París en donde presentó con gran
éxito sus piezas (lo que le permitió el acceso a la Corte, amén de que su padre
era tapicero real y él luego heredó aquel puesto) hasta que en ocasión de la puesta
en escena de una de ellas, más precisamente de “El enfermo imaginario” sucedió
algo extraño.
La obra en sí era (o es) una suerte de manifiesto en contra de los médicos, ya que Moliere, como tantos de nosotros, los odiaba. Al momento de la representación, el autor no se encontraba muy bien de salud pero de todas maneras se hizo presente para realizar su performance.
La obra en sí era (o es) una suerte de manifiesto en contra de los médicos, ya que Moliere, como tantos de nosotros, los odiaba. Al momento de la representación, el autor no se encontraba muy bien de salud pero de todas maneras se hizo presente para realizar su performance.
El día 17 de febrero de 1673, en el transcurso de la
cuarta presentación de la obra en el teatro del Palacio Real, Moliere sufrió un
acceso de tos que no pudo detener. La disimuló como pudo durante su actuación
hasta que no resistió más y se retiró detrás del telón y allí murió. Tenía 51
años.
El dato adjunto a esta anécdota es que Moliere vestía de
amarillo aquel día y desde entonces es que proviene el mito teatral conforme al
cual es de mala suerte vestirse con ese color.
Segundo Caso: Tycho Brahe.
En la corte de Praga a mediados del siglo XVI Rodolfo II, por entonces emperador de Bohemia,
era amiguete de los alquimistas, de los magos pero también de los matemáticos y
de los astrónomos. Tenía en su corte varios representantes de cada una de estas
artes o profesiones. Tycho Brahe, astrónomo de profesión, considerado el más
grande observador del cielo en el período anterior a la invención del
telescopio (pavada de presentación), que venía exiliado de Dinamarca se refugió
en aquella corte.
Brahe empezó mal su estadía allí en parte por culpa de su
perro. Cierto día su mascota le ladró a un funcionario y éste reaccionó
encajándole una soberana patada. El astrónomo defendió a su perro, discutió con
el funcionario y a punto estuvo de ser echado aunque al final le disculparon su
comportamiento.
Sin embargo no iba a durar mucho en la corte. Un año
después del suceso canino, en medio de una velada, tuvo ganas de ir al baño
pero no se atrevió a pedir permiso para retirarse. Tanto se aguantó las ganasque se murió. Se le reventó la vejiga y falleció.
Tenía 54 años.
Tercer caso: Antoni Gaudí.
Arquitecto español de gran fama. Era retraído, no le
gustaba participar de la vida pública. Nunca habló de cuáles eran sus ideas, no
militó nunca en doctrina estética alguna, nunca escribió nada, nunca dio una
conferencia, en el mismo orden u en otro; tampoco se le conocieron amantes
(algo superfluo pero que en algunos artistas suele ser suficiente como para
escribir algo extravagante sobre ellos). Calladito, sin hacer mucho alboroto, el
tipo construía. Largo y tedioso, tal vez, sería mencionar sus obras más
reconocidas, que de todas maneras no es el tema que nos ocupa pero si lo desean
las pueden ver siguiente ESTE arquitectónico link.
Un día estaba observando la Sagrada Familia, una de sus
más reconocidas obras justamente. Para hacerlo, se situó en la vereda y desde
allí la miraba. No conforme con la visión que tenía, fue retrocediendo paso a
paso hasta terminar en la calle. No sabemos si ésa era la distancia que buscaba
para poder observar mejor la iglesia pero sí sabemos que justo en ese momento
pasó un tranvía y lo atropelló.
Tenía 73 años aunque eso poco tiene que ver con el accidente.
Cuarto Caso: Pedro Arias “Pedrarias” Davila.
Fue un conquistador español, nacido en Segovia en 1468.
De familia noble aunque de origen judío. Participó en la Conquista de Granada,
en las campañas al África y luego se vino a América.
En 1513 partió al frente de veinticinco navíos y cerca de
dos mil personas hacia Santa María en donde gobernaba Vasco Núñez de Balboa.
Davila viajó hacia allí con el objetivo de apresar a Balboa y someterlo a
juicio por algunos abusos que había cometido. Pero lo cierto es que Davila era
aún peor que Balboa. Cuando llegó a
América, Dávila tenía 63 años.
Sin embargo, lo curioso en este caso sucedió algunos años
atrás. Por una equivocación a Dávila lo llevaron a enterrar (básicamente
pensaron que estaba muerto). Como corresponde a este tipo de circunstancias lo
velaron en un monasterio y cuando se predisponían a meterlo en la sepultura, un
criado de Dávila que observaba la escena se acercó al cajón, lo abrazó, acercó
uno de sus oídos al ataúd y oyó que adentro se movía algo.
Destaparon el ataúd y Pedrarias salió vivito y coleando
para sorpresa de los allí presentes.
En memoria de aquel “milagro”, el propio Dávila se hacía decir
cada año una misa de réquiem que escuchaba desde su sepultura. Otra curiosidad
es que cada vez que viajaba lo acompañaba su ataúd. Y así llegó a América con el cajón a cuestas.
A propósito de esta historia y su fama, comenzó a
circular el rumo de que Pedrarias no moriría jamás. Primero porque no se había
muerto cuando le llegó su “turno” y segundo porque era malísimo.
Pero esto no sucedió. Sin embargo, llegó a una edad muy
avanzada para su época y para la nuestra también: murió en León, en Nicaragua,
a los 92 años de edad*.
* Según la fuente que tomó Dolina; pero según los datos
de la Wikipedia vivió hasta los 63 años (1468-1531); según otros textos,
alcanzó los 82 años. Sin embargo, varios sitios sitúan a 1440 como año de su
nacimiento y efectivamente 1531 como el de su muerte; ahí sí darían las
cuentas. Quizás algún descendiente nos pueda desasnar respecto a esta
confusión.
Quinto caso: El papa Adriano IV.
Se llamaba en realidad Nicholas Breakspeare y fue el
único inglés en alcanzar el pontificado. Había nacido en Inglaterra en el año
1100. Fue elegido Papa por unanimidad y era enemigo de Federico Barbarroja,
el emperador del sacro imperio romano germánico. Si bien siempre había
resquemores o peleas entre el vaticano y el imperio, con Adriano IV y Federico II
la cosa empeoró.
Un día de 1159 Adriano regresaba caminando hacia su
residencia luego de haber pronunciado un terrible sermón en contra de
Barbarroja, amenazándolo incluso con la excomunión.
En un trecho del camino se detuvo ante a una fuente pública
para refrescarse. Comenzó a beber agua directamente de la fuente y en eso
estaba hasta que en un momento se le metió una mosca en la garganta y se
atragantó. Rápidamente llegaron médicos que trataron de extraérsela (a la
mosca) pero no lograron su cometido y Adriano IV murió. A los 59 años falleció
asfixiado por una mosca.
Sexto caso: Esquilo.
El famoso dramaturgo y soldado griego. Escribió cerca de
noventa tragedias aunque sólo se conservaron siete. Su muerte es sin dudas de
las más curiosas. Ya en edad avanzada mientras hacía sus habituales caminatas
por Atenas un águila que volaba por allí soltó una tortuga que llevaba entre
sus garras, con tanta mala suerte para Esquilo que el mencionado reptil cayó
sobre su cabeza y lo mató.
Cabe acotar que poco antes de su muerte, el oráculo le había vaticinado que moriría aplastado por una casa, por lo que decidió residir
fuera de la ciudad. Decisión que, como vimos, no le sirvió para escaparle al
destino.
No sabemos la edad exacta de su muerte pero eso poco
importa.
Séptimo caso: Pietro Aretino.
Poeta nacido en Arezzo, Italia, allá por 1492. Lo
desterraron de su pueblo natal a causa de un soneto satírico sobre las
indulgencias papales. Se trasladó a Roma y allí consiguió el favor del papa
León X, quien fuera el iniciador de
las reformas de la iglesia de San Pedro.
Aretino también debió huir de Roma debido a unos sonetos
lascivos que había escrito.
Pietro Aretino era conocido como “El azote de los
príncipes”. Todos temían que el poeta los ridiculizara con sus rimas.
Octavo caso: Franz Reichelt.
Era un sastre austríaco radicado en París que tenía
cierto renombre aunque mayor fama alcanzaría por lo extravagante de su muerte. Reichelt
había confeccionado una capa con la cual aseguraba que podía volar como un
murciélago.
Convencido de su capacidad y la fiabilidad de su capa,
pidió autorización a los propietarios de la Torre Eiffel para poder lanzarse
desde allí. Por mucha sorpresa que nos cause, le otorgaron tal autorización
aunque con cierto desagrado e imponiendo la condición de que el sastre
consiguiera también la pertinente autorización de la policía parisina, y
firmara una renuncia a sus derechos, haciéndose total y único responsable de
sus actos sin lugar a reclamos posteriores.
Reichelt se dirigió entonces a las autoridades policiales
para solicitar el permiso antes dicho. Nuevamente, por mucha sorpresa que nos
cause, la policía le otorgó el permiso.
Con los requisitos burocráticos en orden y su reluciente
capa, a las siete en punto de la mañana del 4 de febrero de 1912, el sastre,
acompañado por un grupo de animadores y fotógrafos y periodistas de la prensa
parisina, subió hasta el nivel de la primera plataforma, se detuvo sobre el
borde, y se lanzó al vacío. Murió.
Noveno Caso: Rey Felipe III de España.
Por aquel entonces (fines del siglo XVI – comienzos del
XVII) en la corte de Madrid había una etiqueta muy estricta. Por ejemplo, cada
vez que el rey quería tomar agua pasaba lo siguiente: un bujier de la sala llamaba al gentilhombre de boca
que llegaba acompañado por la guardia. El copero se paraba frente al rey y a la
menor seña le servía la copa sólo en la mano izquierda. Al hacerlo, el copero
debía hincar una rodilla en el suelo y esperar a que el rey terminara la
burocrática copa. Si quería beber más otra comitiva entraba en acción. Había
una comitiva para la primera copa y otra para la segunda, mientras la primera
se retiraba elegantemente de la habitación.
Tal grado de detalle en la etiqueta fue lo que acabó con
la vida de Felipe III.
El Rey estaba sentado un día frente a una chimenea en la
que se quemaba una gran cantidad de leña. Tanta leña que el rey estaba muerto
de calor pero no se permitía levantarse para solicitar ayuda porque la rigurosa
etiqueta se lo impedía y ninguno de los asistentes se le acercaba porque
tampoco les estaba permitido hacerlo hasta tanto no recibieran la orden que los
habilitara.
Luego de un tiempo considerable, se acercó al lugar de
los hechos el Marqués de Tovar, al cual el rey le pidió que apagase el fuego
pero el marqués se excusó con el pretexto de que la etiqueta le prohibía
hacerlo. Para tales menesteres había que llamar al Duque de Uceda, quien era el
encargado de dicha tarea. Pero el Duque había salido y las llamas continuaban
aumentando minuto a minuto.
El rey, para no disminuir en nada su majestad, seguí
aguantando como podía. Según los cronistas, sufrió un calor tan fuerte que le
calentó de tal forma la sangre que al día siguiente se murió.
Décimo y último caso:
Catalina de Médici.
Era la mujer de Enrique II de Francia aunque ganó propia fama y es por todos conocida aunque más no sea de nombre.
Tenía una barra de perfumistas según los llamaba ella aunque en realidad no
eran otra cosa sino envenenadores profesionales. Además, poseía un “escuadrón
galante”, que consistía de un grupete de hermosas mujeres que se acostaban con
políticos de la oposición para sacarles secretos en el momento culmine del
amor.
Cierto día, uno de sus perfumistas/envenenadores/astrólogos
le dijo a Catalina: “Usted morirá cerca de Saint Germain”.
Durante toda su vida, acorde a tal advertencia, la reina
evitó con el mayor de los cuidados permanecer o acercarse siquiera a los
lugares que portasen ese nombre tan temido.
Identificó el consejo con la iglesia de Saint-Germain
l'Auxerrois que estaba a pasitos del Palacio del Louvre por lo que se negó a
vivir allí. Por la misma razón rehusó toda visitar una residencia que tenía en
el barrio de Saint Germain.
Ya con edad avanzada estaba segura de que la muerte no la
encontraría ya que, conforme la observación, había evitado siempre acercarse a
cualquier lugar que tuviere el nombre maldito.
Un día que se sentía mal llamó al médico. El doctor la
atendió y cuando estaba a punto de retirarse ella le agradeció y le preguntó su
nombre:
- “Me llamo Saint Germain señora”.
Entonces Catalina lo miró fijamente y le dijo:
- “Voy a morir”.
Acompaña la charla la canción Catalina, interpretada por Miguel de
Molina (que en el audio original casi no se escucha, pero incluimos link al video). Saludos.
SirThomas.
2 comments:
Cada tanto Dolina va agrandando este catálogo, pero nunca puede superar a los tres que más me gustan (de peor a mejor): Pietro Aretino, Esquilo y Franz Reichelt (¡no puedo creer que exista ese video! gran hallazgo Sir)
Abrazo!
Correcto! Tenemos uno preparado en las gateras aunque con algún u otro caso que se repite... terrible el caso del sastre volador, sí!
Saludos.
Sir.
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