Friday, December 20, 2013

SirHistorias. La curiosa muerte de Moliere y otros nueve decesos extraños.


Posiblemente muchos de ustedes ya conozcan los pormenores que rodearon la muerte de uno de los escritores teatrales (sino el que más) importantes de la historia de Francia, su relación con el obcecado rechazo que el color amarillo produce entre los supersticiosos actores y profesionales del mundillo teatral y desde luego la injerencia que sus obras han tenido desde aquel entonces hasta nuestros días.
La referencia es desde luego para Moliere, quien encabeza la cartelera de este interesante y curioso decálogo de muertes extravagantes que cuenta con las actuaciones estelares de políticos, poderosos, críticos de arte, un papa y hasta un sastre austríaco que ganó fama mundial precisamente por su llamativo deceso.
Como ha ocurrido en ocasiones anteriores aquí lo importante no son los datos bibliográficos de los protagonistas sino los detalles sobre los que nos interesa comentar: cómo es que fenecieron. Cabe agregar que en el relato dolinesco que citamos, y por cuestiones de tiempo radial, en varios casos los pormenores de las muertes están levemente exagerados o resumidos a favor de un giro cómico o gracioso pero no por ello dejan de ser verdaderos. En algunos encontrarán links en donde se amplían los detalles de esos decesos.
El audio que acompaña este post contiene algunos silencios (propios de fallas en la grabación) pero que no estropean demasiado el relato. Contrariamente a lo que sucede habitualmente cada vez que convocamos al señor Alejandro Dolina a nuestro espacio, en esta ocasión nuestros escribas han variado leve o gravemente el relato oral para una mejor comprensión en el pasaje al lenguaje escrito.
De todas maneras, la recomendación es siempre la misma y por eso aquí debajo les dejamos el audio original para que lo escuchen y disfruten mientras proceden a la cuidadosa lectura de cada uno de los casos.
Primer caso: Moliere.
Quizás el autor teatral más célebre de Francia. Su nombre real o de nacimiento era Jean Baptiste Poquelin. De contextura física alta y modales nobles solía frecuentar la corte del rey Luis XIV, en donde presentaba sus obras, reconocido ya su talento para la escritura.
También era actor, aunque bien cabe acotar que por aquel entonces el oficio no tenía tras de sí el prestigio o la fama que tiene por estos días, razón por la cual Jean Baptiste se bautizó a si mismo con el seudónimo con el que todos lo conocemos, es decir Moliere. Influyó en esta decisión también el hecho de que sus padres eran nobles y él no quería avergonzarlos con tan desprestigiada profesión.
Era conocido en toda Francia ya que durante varios años se dedicó a recorrer el país entero representando sus obras; una vez establecido como un autor reconocido, regresó a París en donde presentó con gran éxito sus piezas (lo que le permitió el acceso a la Corte, amén de que su padre era tapicero real y él luego heredó aquel puesto) hasta que en ocasión de la puesta en escena de una de ellas, más precisamente de “El enfermo imaginario” sucedió algo extraño.

La obra en sí era (o es) una suerte de manifiesto en contra de los médicos, ya que Moliere, como tantos de nosotros, los odiaba. Al momento de la representación, el autor no se encontraba muy bien de salud pero de todas maneras se hizo presente para realizar su performance.
El día 17 de febrero de 1673, en el transcurso de la cuarta presentación de la obra en el teatro del Palacio Real, Moliere sufrió un acceso de tos que no pudo detener. La disimuló como pudo durante su actuación hasta que no resistió más y se retiró detrás del telón y allí murió. Tenía 51 años.
El dato adjunto a esta anécdota es que Moliere vestía de amarillo aquel día y desde entonces es que proviene el mito teatral conforme al cual es de mala suerte vestirse con ese color.



Segundo Caso: Tycho Brahe.
En la corte de Praga a mediados del siglo XVI Rodolfo II, por entonces emperador de Bohemia, era amiguete de los alquimistas, de los magos pero también de los matemáticos y de los astrónomos. Tenía en su corte varios representantes de cada una de estas artes o profesiones. Tycho Brahe, astrónomo de profesión, considerado el más grande observador del cielo en el período anterior a la invención del telescopio (pavada de presentación), que venía exiliado de Dinamarca se refugió en aquella corte.
Brahe empezó mal su estadía allí en parte por culpa de su perro. Cierto día su mascota le ladró a un funcionario y éste reaccionó encajándole una soberana patada. El astrónomo defendió a su perro, discutió con el funcionario y a punto estuvo de ser echado aunque al final le disculparon su comportamiento.
Sin embargo no iba a durar mucho en la corte. Un año después del suceso canino, en medio de una velada, tuvo ganas de ir al baño pero no se atrevió a pedir permiso para retirarse. Tanto se aguantó las ganasque se murió. Se le reventó la vejiga y falleció. Tenía 54 años.

Tercer caso: Antoni Gaudí.
Arquitecto español de gran fama. Era retraído, no le gustaba participar de la vida pública. Nunca habló de cuáles eran sus ideas, no militó nunca en doctrina estética alguna, nunca escribió nada, nunca dio una conferencia, en el mismo orden u en otro; tampoco se le conocieron amantes (algo superfluo pero que en algunos artistas suele ser suficiente como para escribir algo extravagante sobre ellos). Calladito, sin hacer mucho alboroto, el tipo construía. Largo y tedioso, tal vez, sería mencionar sus obras más reconocidas, que de todas maneras no es el tema que nos ocupa pero si lo desean las pueden ver siguiente ESTE arquitectónico link.

Un día estaba observando la Sagrada Familia, una de sus más reconocidas obras justamente. Para hacerlo, se situó en la vereda y desde allí la miraba. No conforme con la visión que tenía, fue retrocediendo paso a paso hasta terminar en la calle. No sabemos si ésa era la distancia que buscaba para poder observar mejor la iglesia pero sí sabemos que justo en ese momento pasó un tranvía y lo atropelló. Tenía 73 años aunque eso poco tiene que ver con el accidente.



Fue un conquistador español, nacido en Segovia en 1468. De familia noble aunque de origen judío. Participó en la Conquista de Granada, en las campañas al África y luego se vino a América.
En 1513 partió al frente de veinticinco navíos y cerca de dos mil personas hacia Santa María en donde gobernaba Vasco Núñez de Balboa. Davila viajó hacia allí con el objetivo de apresar a Balboa y someterlo a juicio por algunos abusos que había cometido. Pero lo cierto es que Davila era aún peor que Balboa.  Cuando llegó a América, Dávila tenía 63 años.
Sin embargo, lo curioso en este caso sucedió algunos años atrás. Por una equivocación a Dávila lo llevaron a enterrar (básicamente pensaron que estaba muerto). Como corresponde a este tipo de circunstancias lo velaron en un monasterio y cuando se predisponían a meterlo en la sepultura, un criado de Dávila que observaba la escena se acercó al cajón, lo abrazó, acercó uno de sus oídos al ataúd y oyó que adentro se movía algo.
Destaparon el ataúd y Pedrarias salió vivito y coleando para sorpresa de los allí presentes.
En memoria de aquel “milagro”, el propio Dávila se hacía decir cada año una misa de réquiem que escuchaba desde su sepultura. Otra curiosidad es que cada vez que viajaba lo acompañaba su ataúd. Y así llegó a América con el cajón a cuestas.
A propósito de esta historia y su fama, comenzó a circular el rumo de que Pedrarias no moriría jamás. Primero porque no se había muerto cuando le llegó su “turno” y segundo porque era malísimo.
Pero esto no sucedió. Sin embargo, llegó a una edad muy avanzada para su época y para la nuestra también: murió en León, en Nicaragua, a los 92 años de edad*.
* Según la fuente que tomó Dolina; pero según los datos de la Wikipedia vivió hasta los 63 años (1468-1531); según otros textos, alcanzó los 82 años. Sin embargo, varios sitios sitúan a 1440 como año de su nacimiento y efectivamente 1531 como el de su muerte; ahí sí darían las cuentas. Quizás algún descendiente nos pueda desasnar respecto a esta confusión.

Quinto caso: El papa Adriano IV.
Se llamaba en realidad Nicholas Breakspeare y fue el único inglés en alcanzar el pontificado. Había nacido en Inglaterra en el año 1100. Fue elegido Papa por unanimidad y era enemigo de Federico Barbarroja, el emperador del sacro imperio romano germánico. Si bien siempre había resquemores o peleas entre el vaticano y el imperio, con Adriano IV y Federico II la cosa empeoró.
Un día de 1159 Adriano regresaba caminando hacia su residencia luego de haber pronunciado un terrible sermón en contra de Barbarroja, amenazándolo incluso con la excomunión.
En un trecho del camino se detuvo ante a una fuente pública para refrescarse. Comenzó a beber agua directamente de la fuente y en eso estaba hasta que en un momento se le metió una mosca en la garganta y se atragantó. Rápidamente llegaron médicos que trataron de extraérsela (a la mosca) pero no lograron su cometido y Adriano IV murió. A los 59 años falleció asfixiado por una mosca.

Sexto caso: Esquilo.
El famoso dramaturgo y soldado griego. Escribió cerca de noventa tragedias aunque sólo se conservaron siete. Su muerte es sin dudas de las más curiosas. Ya en edad avanzada mientras hacía sus habituales caminatas por Atenas un águila que volaba por allí soltó una tortuga que llevaba entre sus garras, con tanta mala suerte para Esquilo que el mencionado reptil cayó sobre su cabeza y lo mató.
Cabe acotar que poco antes de su muerte, el oráculo le había vaticinado que moriría aplastado por una casa, por lo que decidió residir fuera de la ciudad. Decisión que, como vimos, no le sirvió para escaparle al destino.
No sabemos la edad exacta de su muerte pero eso poco importa.

Séptimo caso: Pietro Aretino.
Poeta nacido en Arezzo, Italia, allá por 1492. Lo desterraron de su pueblo natal a causa de un soneto satírico sobre las indulgencias papales. Se trasladó a Roma y allí consiguió el favor del papa León X, quien fuera el iniciador de las reformas de la iglesia de San Pedro.
Aretino también debió huir de Roma debido a unos sonetos lascivos que había escrito.
Pietro Aretino era conocido como “El azote de los príncipes”. Todos temían que el poeta los ridiculizara con sus rimas.
Un día, una de sus hermanas le contó un cuento picante. Aretino comenzó a reírse de tal forma que se cayó de la silla y se rompió la cabeza. Inmediatamente le agarró un ataque de apoplejía (hoy conocido como ACV) y se murió. 

Octavo caso: Franz Reichelt.
Era un sastre austríaco radicado en París que tenía cierto renombre aunque mayor fama alcanzaría por lo extravagante de su muerte. Reichelt había confeccionado una capa con la cual aseguraba que podía volar como un murciélago.
Convencido de su capacidad y la fiabilidad de su capa, pidió autorización a los propietarios de la Torre Eiffel para poder lanzarse desde allí. Por mucha sorpresa que nos cause, le otorgaron tal autorización aunque con cierto desagrado e imponiendo la condición de que el sastre consiguiera también la pertinente autorización de la policía parisina, y firmara una renuncia a sus derechos, haciéndose total y único responsable de sus actos sin lugar a reclamos posteriores.
Reichelt se dirigió entonces a las autoridades policiales para solicitar el permiso antes dicho. Nuevamente, por mucha sorpresa que nos cause, la policía le otorgó el permiso.
Con los requisitos burocráticos en orden y su reluciente capa, a las siete en punto de la mañana del 4 de febrero de 1912, el sastre, acompañado por un grupo de animadores y fotógrafos y periodistas de la prensa parisina, subió hasta el nivel de la primera plataforma, se detuvo sobre el borde, y se lanzó al vacío. Murió.
Ver para creer: El Video, no apto para impresionables, que registró el curioso evento. 

Por aquel entonces (fines del siglo XVI – comienzos del XVII) en la corte de Madrid había una etiqueta muy estricta. Por ejemplo, cada vez que el rey quería tomar agua pasaba lo siguiente: un bujier  de la sala llamaba al gentilhombre de boca que llegaba acompañado por la guardia. El copero se paraba frente al rey y a la menor seña le servía la copa sólo en la mano izquierda. Al hacerlo, el copero debía hincar una rodilla en el suelo y esperar a que el rey terminara la burocrática copa. Si quería beber más otra comitiva entraba en acción. Había una comitiva para la primera copa y otra para la segunda, mientras la primera se retiraba elegantemente de la habitación.
Tal grado de detalle en la etiqueta fue lo que acabó con la vida de Felipe III.
El Rey estaba sentado un día frente a una chimenea en la que se quemaba una gran cantidad de leña. Tanta leña que el rey estaba muerto de calor pero no se permitía levantarse para solicitar ayuda porque la rigurosa etiqueta se lo impedía y ninguno de los asistentes se le acercaba porque tampoco les estaba permitido hacerlo hasta tanto no recibieran la orden que los habilitara.
Luego de un tiempo considerable, se acercó al lugar de los hechos el Marqués de Tovar, al cual el rey le pidió que apagase el fuego pero el marqués se excusó con el pretexto de que la etiqueta le prohibía hacerlo. Para tales menesteres había que llamar al Duque de Uceda, quien era el encargado de dicha tarea. Pero el Duque había salido y las llamas continuaban aumentando minuto a minuto.
El rey, para no disminuir en nada su majestad, seguí aguantando como podía. Según los cronistas, sufrió un calor tan fuerte que le calentó de tal forma la sangre que al día siguiente se murió.

Décimo y último caso: Catalina de Médici.
Era la mujer de Enrique II de Francia aunque ganó propia fama y es por todos conocida aunque más no sea de nombre. Tenía una barra de perfumistas según los llamaba ella aunque en realidad no eran otra cosa sino envenenadores profesionales. Además, poseía un “escuadrón galante”, que consistía de un grupete de hermosas mujeres que se acostaban con políticos de la oposición para sacarles secretos en el momento culmine del amor.
Cierto día, uno de sus perfumistas/envenenadores/astrólogos le dijo a Catalina: “Usted morirá cerca de Saint Germain”.
Durante toda su vida, acorde a tal advertencia, la reina evitó con el mayor de los cuidados permanecer o acercarse siquiera a los lugares que portasen ese nombre tan temido.
Identificó el consejo con la iglesia de Saint-Germain l'Auxerrois que estaba a pasitos del Palacio del Louvre por lo que se negó a vivir allí. Por la misma razón rehusó toda visitar una residencia que tenía en el barrio de Saint Germain.
Ya con edad avanzada estaba segura de que la muerte no la encontraría ya que, conforme la observación, había evitado siempre acercarse a cualquier lugar que tuviere el nombre maldito.
Un día que se sentía mal llamó al médico. El doctor la atendió y cuando estaba a punto de retirarse ella le agradeció y le preguntó su nombre:
- “Me llamo Saint Germain señora”.
Entonces Catalina lo miró fijamente y le dijo:
- “Voy a morir”.
Y efectivamente eso fue lo que sucedió minutos después.
Acompaña la charla la canción Catalina, interpretada por Miguel de Molina (que en el audio original casi no se escucha, pero incluimos link al video).


Saludos.
SirThomas.

2 comments:

Frodo said...

Cada tanto Dolina va agrandando este catálogo, pero nunca puede superar a los tres que más me gustan (de peor a mejor): Pietro Aretino, Esquilo y Franz Reichelt (¡no puedo creer que exista ese video! gran hallazgo Sir)

Abrazo!

SirThomas said...

Correcto! Tenemos uno preparado en las gateras aunque con algún u otro caso que se repite... terrible el caso del sastre volador, sí!

Saludos.
Sir.