Uno va tocando puertas. Puertas que conducen a cuartos. Cuartos que uno busca tratando de encontrar aquel que más le guste, que sea más acogedor, que lo reconforte, aquel cuarto que fue diseñado para uno.
Y en esa búsqueda uno va tocando puertas. Se para frente a la puerta elegida y pregunta ¿Qué tal, quería saber si me deja entrar usted? Y obtiene distintas respuestas, la mayoría de las cuales, suelen ser rotundos negamientos, por razones que sólo quienes poseen los cuartos sabrían explicar eficientemente; algunas veces, ese cuarto ya se encuentra ocupado, o bien, se da cuenta uno que no es lo reconfortante que se había pensado en un primer momento. Los espacios se achican, los muebles cambian de lugar y el canal de la tele ya no es el que habíamos elegido.
Entonces, uno sigue caminando. Sigue tocando puertas. No muchas, tampoco es cuestión de tocar puertas por tocar. Algunas son pura fachada y nos engañan con trucos para que caigamos en la trampa. Nos hacen pasar al cuarto, pero caemos a un precipicio o salimos directamente por la puerta trasera, no sin antes lastimarnos, desde luego. A veces por inocentes, o a veces por la malicia propia de quienes nos ofrecen esos falsos cuartos.
Uno continúa buscando con la convicción de que en algún momento hallará su cuarto. Otros lo han hecho, porqué uno no?, se pregunta a cada rato.
Hasta que finalmente logra dar con la puerta correcta. Aquella que, tanto en su fachada como en su interior, nos hace sentir como en casa, confortables, cómodos, a gusto. Quizás, en un primer momento, no entramos directamente al cuarto, sino que hay que atravesar un pequeño hall, una antesala, que precede al cuarto en sí, y ahí nos quedamos un tiempo, hasta que finalmente nos hacen pasar y podemos disfrutar del cuarto en su totalidad.
Vemos los muebles, la tele, la decoración, todo se parece a lo que habíamos soñado. Nos sentimos muy a gusto, pero algo raro hay. Algo no está del todo bien. Compartimos los muebles con quien nos abrió la puerta gentilmente, vemos los mismos programas en la tele, escuchamos la misma música, o intercambiamos gustos (porque tampoco es cuestión de coincidir en todo). Uno pone lo suyo también, desde luego. Una silla, su música. Una almohada. Para hacer aún mas reconfortante el cuarto.
Pero insisto, algo raro hay. Como si alguien hubiera estado allí hace poco.
Descubrimos, con el tiempo, que algunos muebles no se encuentran del todo bien, justamente por el uso reciente. Vemos un espejo roto tal vez. La taza de café aún caliente. Y otros signos que nos evidencian que alguien estuvo recientemente por ahí. Pero uno no le lleva mucho el apunte y sigue disfrutando de las comodidades feliz. Contento.
Hasta que un buen día, se confirma lo que presumíamos. De un momento a otro, la cuartelera (la poseedora del cuarto, cuartera sonaba más feo aún) nos invita a retirarnos del cuarto. Más que invitarnos, nos hecha. No de mala manera quizás, pero debemos irnos sin más. Nuestras presunciones reciben más confirmaciones. El cuarto no estuvo vacío, sino que alguien estaba escondido, quizás en el placard, tal vez en el patio trasero, pero siempre estuvo ahí, presente, esperando el momento para reaparecer y hacer suyo lo que nunca dejó de serlo. Incluso al retirarnos, vemos un cartel colgado en la puerta, que antes no habíamos visto, o no quisimos ver, que nos advierte: "Este cuarto puede que no sea el suyo, usted ingresa bajo su propia responsabilidad. No diga que no le avisamos".
Y en esa búsqueda uno va tocando puertas. Se para frente a la puerta elegida y pregunta ¿Qué tal, quería saber si me deja entrar usted? Y obtiene distintas respuestas, la mayoría de las cuales, suelen ser rotundos negamientos, por razones que sólo quienes poseen los cuartos sabrían explicar eficientemente; algunas veces, ese cuarto ya se encuentra ocupado, o bien, se da cuenta uno que no es lo reconfortante que se había pensado en un primer momento. Los espacios se achican, los muebles cambian de lugar y el canal de la tele ya no es el que habíamos elegido.
Entonces, uno sigue caminando. Sigue tocando puertas. No muchas, tampoco es cuestión de tocar puertas por tocar. Algunas son pura fachada y nos engañan con trucos para que caigamos en la trampa. Nos hacen pasar al cuarto, pero caemos a un precipicio o salimos directamente por la puerta trasera, no sin antes lastimarnos, desde luego. A veces por inocentes, o a veces por la malicia propia de quienes nos ofrecen esos falsos cuartos.
Uno continúa buscando con la convicción de que en algún momento hallará su cuarto. Otros lo han hecho, porqué uno no?, se pregunta a cada rato.
Hasta que finalmente logra dar con la puerta correcta. Aquella que, tanto en su fachada como en su interior, nos hace sentir como en casa, confortables, cómodos, a gusto. Quizás, en un primer momento, no entramos directamente al cuarto, sino que hay que atravesar un pequeño hall, una antesala, que precede al cuarto en sí, y ahí nos quedamos un tiempo, hasta que finalmente nos hacen pasar y podemos disfrutar del cuarto en su totalidad.
Vemos los muebles, la tele, la decoración, todo se parece a lo que habíamos soñado. Nos sentimos muy a gusto, pero algo raro hay. Algo no está del todo bien. Compartimos los muebles con quien nos abrió la puerta gentilmente, vemos los mismos programas en la tele, escuchamos la misma música, o intercambiamos gustos (porque tampoco es cuestión de coincidir en todo). Uno pone lo suyo también, desde luego. Una silla, su música. Una almohada. Para hacer aún mas reconfortante el cuarto.
Pero insisto, algo raro hay. Como si alguien hubiera estado allí hace poco.
Descubrimos, con el tiempo, que algunos muebles no se encuentran del todo bien, justamente por el uso reciente. Vemos un espejo roto tal vez. La taza de café aún caliente. Y otros signos que nos evidencian que alguien estuvo recientemente por ahí. Pero uno no le lleva mucho el apunte y sigue disfrutando de las comodidades feliz. Contento.
Hasta que un buen día, se confirma lo que presumíamos. De un momento a otro, la cuartelera (la poseedora del cuarto, cuartera sonaba más feo aún) nos invita a retirarnos del cuarto. Más que invitarnos, nos hecha. No de mala manera quizás, pero debemos irnos sin más. Nuestras presunciones reciben más confirmaciones. El cuarto no estuvo vacío, sino que alguien estaba escondido, quizás en el placard, tal vez en el patio trasero, pero siempre estuvo ahí, presente, esperando el momento para reaparecer y hacer suyo lo que nunca dejó de serlo. Incluso al retirarnos, vemos un cartel colgado en la puerta, que antes no habíamos visto, o no quisimos ver, que nos advierte: "Este cuarto puede que no sea el suyo, usted ingresa bajo su propia responsabilidad. No diga que no le avisamos".
Y uno se retira. Con la cabeza gacha. Contento de haber entrado al cuarto. Feliz de haber compartido tan buenos momentos. Pero triste. Sin muchas ganas de salir a recorrer la ciudad en busca de nuevas puertas, de nuevos cuartos. Y para peor aún, sin la certeza de cerrar totalmente la puerta que le cerraron. Con dudas. Que con el tiempo irán desapareciendo seguramente, pero que no termina de cerrar, para perjuicio propio.
Quizás sea el momento de cerrar esa puerta. Quizás, ése haya sido el cuarto equivocado.
Saludos.
SirThomas.
Quizás sea el momento de cerrar esa puerta. Quizás, ése haya sido el cuarto equivocado.
Saludos.
SirThomas.
2 comments:
Muy bueno Sir Thomas. Me voy a revisar el placard del cuarto. Hace tiempo que siento unos golpes.
Saludos,
Paddy
Excelente Paddy, salutes y gracias por pasar.
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