Monday, August 20, 2012

SirHistorias. Catálogo de chistes preferidos por algunos reyes

Como bien lo ilustra el título, en esta nueva entrada de SirHistorias la troupe de La Venganza Será Terrible, con el negro Dolina a la cabeza, nos trae diferentes modos de diversión que hacían descostillar de la risa a algunos reyes.

Pueden ir escuchando el audio online, mientras leen la transcripción.
Sin más, aquí la charla:

"... Adolfo Bioy Casares solía decir que un grupo de amigos inteligentes con un código propio es mucho más gracioso que cualquier comediante profesional.
Los estudiantes que comparten bromas internas y que han inventado un código de lógica o, mejor dicho, de antilógica para utilizarlo entre ellos, son muy graciosos. Las tres amigas que se burlan del novio de una cuarta son mucho más graciosas que el programa La Tuerca.
Porque me parece que allí la inteligencia encuentra un campo mucho más propicio que en un concurso de chistes por televisión.

El primer rey del catálogo es Eduardo II, que gobernó entre 1307 y 1327 en Inglaterra.
Tenía un afán desmesurado por parecer chistoso. Era un hombre excéntrico que se divertía muchísimo con los disfraces. Por ejemplo, se solía vestir se albañil y se mataba de risa cuando funcionarios y nobles se sorprendían al encontrarlo en obras en construcción (además, según se dice, a Eduardo II le gustaban los albañiles), también se disfrazaba de carretero. Y por ahí lo veían al mismísimo rey conduciendo un carruaje (imagínense ustedes si ahora príncipes tuvieran ese afán y usted fuera por la calle y pasara un carrito con Bush vendiendo duraznos a grito pelado).
Eduardo participaba constantemente en unas juergas voluptuosas que organizaba. Los cronistas de su época cuentan que cierta vez recompensó espléndidamente a un pintor de la Corte por bailar desnudo encima de una mesa en una orgía.
También parece que le pagaba a los nobles para que se cayeran del caballo de un modo cómico. Incluso tenía Eduardo un escalafón, unas jerarquías, que favorecía a los que se caían más graciosamente.

Otros reyes ingleses, que tuvieron formas “raras” de divertirse, fueron aquellos que tenían por costumbre sacarle la silla a los que se iban a sentar, una diversión clásica.
Por ejemplo, el Rey Jorge II molestó durante diez años a todos sus cortesanos con este chiste. Parece que era lo único que lo divertía. Andaba siempre con una especie de melancolía  que no se le iba nunca, salvo cuando le sacaba la silla a alguien que se estaba por sentar. Dicen que esto lo hacía unas 100 veces por día, de modo que ya formaba parte del deber cortesano sentarse en el suelo.

(Jorge II de Inglaterra)
Había desarrollado incluso una serie de estrategias para sorprender verdaderamente a los que iban a sentarse. Cuando alguien se aprestaba a acomodarse Jorge II ordenaba a sus pajes que tiraran de unos finos hilos atados a las sillas y disimulados en las telas, en las cortinas y en el oropel. Todos los ministros que tuvo durante diez años habían caído ante el Rey alguna vez y lo que es peor debieron soportar carcajadas que duraban horas.
Parece que alguien se vengó de una vez del rey Jorge, una preceptora de las princesas, Lady Dellowayne. Cuentan que en una ocasión empujó la silla el rey y el rey se cayó. Y lo peor es que Jorge II estalló en una risa tan tremenda que se “desgració”.
Algunas bromas del Rey Luis XIV de Francia.

(Luis XIV de Francia)
Luis XIV regalaba unas cajitas de dulces que tenían la particularidad de llevar dentro un ratón vivo.
En realidad Luis era amigo de las bromas gastronómicas. Por ejemplo, echaba sal en el dulce de los nobles. Y esta es extraordinaria: hacía esconder a unos amigos debajo de la mesa con orden de gritar cuando trincharan el pavo.
Otra diversión de Luis XIV tenía que ver con el canto. Le gustaban las canciones obscenas. Las cantaba y las escuchaba. En una ocasión cuando oía “ese que toca el bombo lo toca de mala gana” (supongamos) tuvo una espasmo de risa que lo ahogó y casi se muere (tuvieron que hacerle una sangría para salvarlo).

Carlos V de Alemania (I de España) se reía muchísimo ante la reacción de los cortesanos cuando él les daba una dádiva, un favor, una distinción.
Al término de algunas ceremonias tenía la costumbre de desenvainar su espada y tocar ligeramente con ella los hombros de los ciudadanos que tenía cerca para armarlos “caballeros”, o sea los ennoblecía al tun-tun. Y ante la sorpresa de estos ennoblecidos Carlos se reía mucho. Pero como estos favores se habían vuelto tan célebres cada vez que Carlos salía con la espada se armaban tumultos de gandules gritando “a mí, a mí, a mí”. Lo curioso de esta gracia de Carlos V es que hasta no hace mucho en España los descendientes de aquellos "sorpresivos" ennoblecidos pretendían gozar de nobleza hereditaria (lo que generó innumerable cantidad de pleitos, demandas, estudios, alegatos, etc.).
Ahora bien, en esta misma corte, en la corte de los Austrias, la risa era una cosa difícil, estaba muy mal vista, y los reyes debían ocultarla.

Se ha escrito sobre Felipe II, el hijo y sucesor de Carlos, lo siguiente: “No hay ningún otro rey que viva como el rey de España. Todas sus acciones y todas sus ocupaciones son siempre las mismas. Y anda en un paso tan igual que día por día uno sabe lo que hará en toda su vida. Los que se le han acercado aseguran que nunca le han visto sonreír y saben que jamás lo hará”.

El caso más cruel de diversión a costa de un súbdito fue tal vez el de Federico I de Prusia. Se divertía groseramente en la mesa con sus oficiales. Se recuerda la rudeza y falta de gusto que tenían aquellos degenerados. Y la víctima favorita de estas diversiones era un tímido cronista de la Corte, un periodista llamado Jacobo Von Gungling. A este cronista los reunidos le hacían burlas de todo tipo. Le prendían fuego la ropa, después llevaban un mono vestido con la misma ropa que el pobre Jacobo y proclamaban que el animal era hijo natural de Gungling, y lo obligaban a besarlo y abrazarlo.
Pero comparada con esta diversión nos resulta fina y mansa otra modalidad que consistía en remitir con la firma de Gungling, que era periodista ciertamente, a los periódicos y a las ediciones literarias unos artículos grotescos que habían sido preparados por los amigos entre grandes risotadas.
En 1731 Gungling murió pero las bromas continuaron después de muerto. Federico ordenó que el cuerpo de su cronista fuera conservado en un tonel de vino al cual continuaron dirigiéndose con irrisión durante un tiempo. Al final hubo presiones del clero (o tal vez se aburrió el propio rey) y accedió a que Gungling fuera enterrado como cualquier otro difunto.
(Por el dato de la fecha de la muerte del cronista víctima de las bromas, creemos que se hace referencia a Federico Guillermo I; ya que hubo otro rey de Prusia llamado Federico I a secas; todo esto porque Dolina lo menciona únicamente como Federico I de Prusia).

Enrique IV, el rey de Francia, le enseñaba toda clase de bromas obscenas a su hijo el pequeño Luis XII. Incluso hacía que las muchachas de la corte lo anduvieran manoseando ya de chico. Con tan “buen éxito” que Luis XIII tomó odio a todas las cuestiones relacionadas con el sexo y nunca pudo reponerse del todo de esa aversión ...".

Luego Dolina comentar el caso de un rey de Nápoles que se hacía pasar por pescador y salía a vender pescado en el mercado, casos de sustituciones entre artistas debido a la falta de documentos y medios de comunicación que le permitieran a la gente común reconocerlos fácilmente, y demás desvaríos hilarantes.
Acompaña la charla el tango (versión instrumental) “Risa loca”, de Pedro Laurenz, en la versión de Horacio Salgán y Osvaldo de Lío.


Si lo desean, pueden descargar el audio original, siguiendo ESTE precioso link.

Otra charla, muy similar a la que citamos en el post pero del 2011 que incluye alguna que otra variación aunque manteniendo las mismas anécdotas y chistes, pueden ver y oír en este OTRO link. 

Saludos.
SirThomas.

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