El pasado lunes 2 de junio de 2008 fue algo especial. Aquí el relato de lo ocurrido.
Temprano por la mañana, como de costumbre, me apersono en la estación Congreso de Tucumán para emprender el viaje hacia el trabajo. Reconozco que salí más tarde de lo habitual (cercano a las 8.30 estaba pisando el sagrado suelo subterráneo de la mencionada estación, cuando por lo general lo hago diez, quince y/o/u hasta veinte minutos antes).
Ya cuando estaba descendiendo por la escalera mecánica que da a la “cabecera sur” de las formaciones, noto que algo raro pasaba. Una multitud de pasajeros colmaba el andén central. En ambos lados del mismo las chances de poder ingresar a los vagones eran escasas, para hacerlo cómodamente al menos. Para completar la escena, o para dejarla incompleta, no había ningún indicio de presencia de subtes por la zona.
Al rato, comunican vía parlante general:
“Les comunicamos a los señores pasajeros que la Línea D funciona con demoras”.
Ah, no me digas, se escucha que comenta uno de los tantos pasajeros que aguardaban allí.
Llega el primer subte y al haber tanta gente predispuesta a hacer lo mismo que uno, no logro ingresar a ninguno de los vagones a los que intenté hacerlo. Sabrán también, por anécdotas anteriores, que no soy de los que entran al vagón cueste lo que cueste, porque empujando con toda la furia muchas veces se puede entrar, pero viajar incómodo de esa manera no es una opción para mí (salvo raras excepciones o cuando ya se han dejado pasar varios subtes), además teniendo en cuenta que por delante tenía todo el trayecto (y no un par de estaciones, algo que sí muchas veces puedo hacer, claro, tampoco es que no me subo si es que no voy suelto de cuerpo).
Sí, así de lleno estaba el andén (¿). Entonces, ir hacia el lado contrario para esperar allí, aunque la situación muy diferente no era.
Tras esperar diez minutos, un nuevo subte arriba. Logro subirme. Ahora sí, emprenderé mi viaje hacia la oficina. En 20 minutos (aprox. hasta estación Tribunales) estaré sentado frente a la pc para comenzar la jornada laboral. Decía para mis adentros.
Pero algo no andaba bien. Se siente en el aire. Al cerrarse las puertas, el motorman pone en marcha los motores e intenta arrancar. Acto seguido, se apagan las luces. Oscuridad total dentro del vagón. Quejas por lo bajo. El conductor vuelve a intentarlo. Hay esperanzas de que sólo haya sido un intento fallido porque suele pasar, cada tanto. Un amague y arranca, vamos. Quizás esté frío el motor, aventura a decir uno por ahí. Se escucha el ruido de encendido, el subte se mueve levemente hacia adelante, pero otra vez las luces se apagan y se detiene el motor. Un tercer intento tendría el mismo resultado.
Al rato, el motorman, que no dio a conocer sus datos personales, comunica a través de los parlantes internos lo siguiente:
“No, no, este coche no va, señores”.
Y alguien agrega por lo bajo: “No, evidentemente no che”. Al que le siguió un tímido: “Y si nos bajamos a empujar?”.
Una situación que claramente podría haber iniciado una catarata de quejas e insultos pero que, si los hubo, fueron tapados por una risa general, generada por esos comentarios que se escucharon. Al rato, de todas maneras volvieron las quejas porque la demora seguía haciéndose notar, ante la falta de subtes en condiciones de poder trabajar como dios manda.
Pero finalmente llegó un subte en condiciones óptimas para hacer su laburo. Aunque de andar lento, vale acotar. Se pudo completar el viaje hacia el destino deseado. Treinta y cinco minutos más tarde de lo que uno hubiese querido pero con las ganas intactas de ganarme el mango de cada día.
Temprano por la mañana, como de costumbre, me apersono en la estación Congreso de Tucumán para emprender el viaje hacia el trabajo. Reconozco que salí más tarde de lo habitual (cercano a las 8.30 estaba pisando el sagrado suelo subterráneo de la mencionada estación, cuando por lo general lo hago diez, quince y/o/u hasta veinte minutos antes).
Ya cuando estaba descendiendo por la escalera mecánica que da a la “cabecera sur” de las formaciones, noto que algo raro pasaba. Una multitud de pasajeros colmaba el andén central. En ambos lados del mismo las chances de poder ingresar a los vagones eran escasas, para hacerlo cómodamente al menos. Para completar la escena, o para dejarla incompleta, no había ningún indicio de presencia de subtes por la zona.
Al rato, comunican vía parlante general:
“Les comunicamos a los señores pasajeros que la Línea D funciona con demoras”.
Ah, no me digas, se escucha que comenta uno de los tantos pasajeros que aguardaban allí.
Llega el primer subte y al haber tanta gente predispuesta a hacer lo mismo que uno, no logro ingresar a ninguno de los vagones a los que intenté hacerlo. Sabrán también, por anécdotas anteriores, que no soy de los que entran al vagón cueste lo que cueste, porque empujando con toda la furia muchas veces se puede entrar, pero viajar incómodo de esa manera no es una opción para mí (salvo raras excepciones o cuando ya se han dejado pasar varios subtes), además teniendo en cuenta que por delante tenía todo el trayecto (y no un par de estaciones, algo que sí muchas veces puedo hacer, claro, tampoco es que no me subo si es que no voy suelto de cuerpo).
Sí, así de lleno estaba el andén (¿). Entonces, ir hacia el lado contrario para esperar allí, aunque la situación muy diferente no era.
Tras esperar diez minutos, un nuevo subte arriba. Logro subirme. Ahora sí, emprenderé mi viaje hacia la oficina. En 20 minutos (aprox. hasta estación Tribunales) estaré sentado frente a la pc para comenzar la jornada laboral. Decía para mis adentros.
Pero algo no andaba bien. Se siente en el aire. Al cerrarse las puertas, el motorman pone en marcha los motores e intenta arrancar. Acto seguido, se apagan las luces. Oscuridad total dentro del vagón. Quejas por lo bajo. El conductor vuelve a intentarlo. Hay esperanzas de que sólo haya sido un intento fallido porque suele pasar, cada tanto. Un amague y arranca, vamos. Quizás esté frío el motor, aventura a decir uno por ahí. Se escucha el ruido de encendido, el subte se mueve levemente hacia adelante, pero otra vez las luces se apagan y se detiene el motor. Un tercer intento tendría el mismo resultado.
Al rato, el motorman, que no dio a conocer sus datos personales, comunica a través de los parlantes internos lo siguiente:
“No, no, este coche no va, señores”.
Y alguien agrega por lo bajo: “No, evidentemente no che”. Al que le siguió un tímido: “Y si nos bajamos a empujar?”.
Una situación que claramente podría haber iniciado una catarata de quejas e insultos pero que, si los hubo, fueron tapados por una risa general, generada por esos comentarios que se escucharon. Al rato, de todas maneras volvieron las quejas porque la demora seguía haciéndose notar, ante la falta de subtes en condiciones de poder trabajar como dios manda.
Pero finalmente llegó un subte en condiciones óptimas para hacer su laburo. Aunque de andar lento, vale acotar. Se pudo completar el viaje hacia el destino deseado. Treinta y cinco minutos más tarde de lo que uno hubiese querido pero con las ganas intactas de ganarme el mango de cada día.
Otra vez Sopa.
El día de hoy también tuvimos (los pasajeros del Subte, Línea D) que soportar demoras de entre 10 y quince minutos. En esta oportunidad la razón que dieron a conocer los señores de Metrov*as fue:
“Se les comunica a los señores pasajeros que el Subte, Línea D funciona con demoras por formación averiada en la estación Pueyrredón”. Vale aclarar que cuando se produjo el anuncio yo me encontraba en Plaza Italia.
Al rato, nos dijeron que el subte volvería a funcionar pero “sólo hasta la estación Pueyrredón”. El andar lento del tren hizo que en ese interín lograran correr de las vías (¿) a la formación que estaba averiada y comunicaron que “se ha normalizado el servicio, aunque con demoras”.
Ante esta situación, surgen dos opciones:
a) Te quedás en el subte a esperar que se resuelva pronto, algo que por lo general se da.
b) Salir disparado hacia la superficie en busca de un bondi que nos acerque al lugar final del destino.
La opción a) es la que por lo general elijo yo y también la mayoría de la gente, que se queda quietecita aguardando por el restablecimiento del servicio.
Dos veces en una semana es un poco mucho. Cosas que pasan.
Saludos.
SirThomas.
4 comments:
"Un nuevo subte arriba" es incorrecto porque el subte "abajo". Si "arriba", entonces es tren. Ok, el chiste es malo pero ¿qué agregar sobre la fatídica Línea D?.
Un detalle sabido por la masa pasajera: la opción de salir a buscar un bondi sólo es válida si uno no tiene apuro (que, justamente, es lo que tiene) ya que el bondi le ha de poner una hora y pico (excepto que haya cortes de calles y le ponga dos). Saludos.
"un nuevo subte llega" hubiese sido más correcto quizás. No lo noté cuando lo escribí. Muy buena la observación. El chiste no es de los mejores, pero está bien jaja.
Y el detalle que destacás es correctísimo. Por eso la gran mayoría (no se si por experiencias previas) se queda en el vagón a esperar que se reanude el servicio. Salvo que la línea directamente no funcione o digan que el servicio volverá a las 2 horas, suponte. Que ahí sí no queda otra que salir. De hecho, cuando pasó hace un tiempito esto segundo, el viaje en bondi fue eterno. Quizás si uno está mas "cerca" del destino final se justifique un poco más o incluso irse caminando, claro.
Saludos.
la liviandad con que suelen tratar los empleados de metrovias la queja de los usuarios es terrible no solo no le importan que este embarazada con chicos o en una edad critica como para tener prioridades sino que tambien nos ignoran a la hora de quejarnos de pugnas ignotos o de buscas que nos estafan con sus mercaderias truchas
Muy ciertas sus palabras, abarrazados.
Saludos y gracias por pasar.
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