El día amaneció oscuro y gris, con pronóstico de precipitaciones y muy fresco, todo lo cual me dio la pauta para tomar una decisión de la que más luego me arrepentiría: hoy almorzaría "en el laburo".
En el laburo, no necesariamente signifique almorzar "en" el laburo (vamos que va queriendo) o "en" la oficina, sino que también puede significar almorzar "por ahí", cerca del laburo, sin tener que trasladarme, como cada mediodía, hasta mi casa, recorriendo a pie más de seiscientos cincuenta metros.
Con la decisión más importante ya tomada, sólo restaba dilucidar en qué lugar almorzaría finalmente. "Podemos ir a Burger, para aprovechar el 2x1", me comenta por lo bajo mi coequiper laboral. Para lo único que sirve "El Argentino", es para que la gente se alimente a mitad de precio con comida chatarra, pienso para mis adentros, mientras otra parte mi cerebro analiza la propuesta que me acababa de llegar. "Bueno, dale, vamos a Burger nomás".
Bajo por las escaleras el medio piso que separa la oficina de la puerta de entrada del edificio, atravieso valientemente la misma (la puerta) y luego de la increíble aventura, me encuentro pisando la mojada vereda. Cruzo la avenida más ancha del mundo, doblo hacia la derecha, camino cuarenta y cinco metros y llego a la puerta del Burger en cuestión.
(Nuestro héroe, en la calle, aún no sabía la aventura que le tocaría vivir)
El local se encontraba semivacío, lo cual facilitaba el pispeo habitual que hago cuando ingreso a este tipo de locales para visualizar posibles mesas donde sentarme para disfrutar de la comida. En este tipo de establecimientos, donde la afluencia de gente es significativa, en ese pispeo previo, hay que ubicar al menos dos o tres posibles locaciones, ya que dada la movilidad constante de gente, aquellla mesa que parecía la ideal, al instante siguiente ya está ocupada.
Me predispongo a formar la fila de clientes deseosos de ingresar en su cuerpo comida chatarra en forma de pseudo alimento.
Tranquilo, observo los precios, y opto por lo de siempre: "un churrasquito tradicional mediano, con papas y pomelo, sin hielo, por favor". "No, no lo quiero agrandar, gracias". "No, no quiero ningún postre, gracias", respondo ante las preguntas robóticas del muchachito de turno. Mi coequiper hace su pedido, abonamos y aguardamos por la llegada de la comida.
En la espera, sucede lo insólito, lo insospechado, lo increíble.
Qué ocurre? Qué pasó acá?, se pregunta inúltimente mi cerebro. Algo intuyo, pero la primera reacción fue quedarme estático, inmóvil en el lugar, estoico, esperando aún por la llegada del churrasquito, como negando lo que acababa de suceder.
Oyo voces detrás mío. "Uy, perdoname, no te ví", "No, todo bien, no te preocupes, fue culpa mía", Qué imbécil, disculpame". Atino a darme vuelta y allí descubro el origen de aquel frescor que recorrió parte de mi cuerpo: un porteño pelotudo promedio y un chico burguer, en una maniobra casi imposible de repetir, habían decdidido, al exacto mismo tiempo, tomar el exacto mismo camino. Conclusión: colisión, bandeja al piso, papas, hamburguesa y la gaseosa, la maldita gaseosa, también.
Al notar que los involucrados en el accidente no notaron que uno de los damnificados había sido el valiente periodista que escribe estas líneas, mi cuerpo y yo optamos por volver a la posición original, de vuelta mirando hacia las cajas, deseando internamente que nadie más hubiere observado el accidente. Por qué? Bueno, porque una de las peores cosas que le puede pasar a los tímidos como yo, es llamar la atención en público, sobre todo si se está rodeado de perfectos desconocidos. Las palpitaciones a mil, la cara color tomate, los nervios, el mal momento, las ganas de esconderse, se apoderan de uno, mientras el resto disfruta del festín.
(De espaldas, nuestro redactor en jefe, instantes después de la tragedia)
Nada de eso sucedió: evidentemente el ruido que hizo la bandeja al caer al piso, los gritos de disculpas de los dos humanos chocadores y el pertinente cartel de "Warning-Wet Floor", hicieron que todos los presentes voltearan sus cabezas para observar la trágica escena. Giro la mirada levemente hacia la derecha, y observo a un grupito de tres o cuatro chiquillas estallar de la risa, con sus ojos apuntando hacia mi (o tal vez a lo que sucedía detrás, pero yo estaba en el medio, maldición).
(Inundación en Buenos Aires?, no el piso de Burger tras la colisión)
Por suerte, llega mi pedido. "Si, dame mayonesa, sal y servilletas, por favor". Me retiro de la zona del accidente y disfruto, aún algo shockeado por lo que acababa de ocurrir, de mi almuerzo, con el ogto mojado y aroma a bebida cola en mis aposaderas.
Saludos.
SirThomas.
3 comments:
Que mal Sir!!!
Te cuento que no sos el único que sufre accidentes en esos locales. Mi amiga Brisa fue al McDonald's de Av. Gral. Paz, se cayó de cola en la escalera... salió... caminó por la calle avergonzada...
Y le dijeron una grosería, no entendió nada, hasta que un chiflete de viento le hizo notar que se le rompió el pantalón a la altura de la cola, exhibiendo no solo su trasero, sino su ropa interior...
Pensá que una mancha de gaseosa es más leve!
Besos!
Conta.Dora.
Wow, vaya anécdota. Pobre su amiga Brisa. Lo mío fue muy leve, en comparación, sí sí.
Saludos y gracias por pasar.
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Saludos.
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