En algún post anterior mencionamos, a la pasada, de entre los pasajeros del Subte, Línea D, a aquellos que tienen la admirable capacidad de leer durante el transcurso de su viaje. Recordarán, o bien se están enterando en este preciso instante, que entre ellos había una raza en particular que no nos generaba admiración, ni respeto, es más, están más cercanos al sentimiento de desprecio que otra cosa.
Se trata, ahí viene, paciencia, de los que leen el diario. No un libro. No un apunte de la facultad, ni siquiera los que boludean con el celular. Los que leen el diario. Pero no cualquiera. Los que leen el diario La Razón son los que se llevan nuestras mayores muestras de desprecio. Por qué? Continúe leyendo y se enterará de los detalles.
Pero antes de meternos de lleno con ello, les propongo un juego muy divertido. Para el cual utilizaremos nada más ni nada menos que nuestra imaginación. Se animan? Aaay, que bueno.
Empecemos.
Imaginemos que estamos en los días previos al segundo domingo de Agosto. Correcto. En los días previos al Día del Niño. Vemos entrar a los shoppings, jugueterías, casa de ropa para niños, etc., a cientos de miles de padres que son impulsados por sus hijos para ir a comprar EL juguete para este año (bueno, aparte del correspondiente al del cumpleaños, o al que le regalaron la semana pasada, porque las costumbres han cambiado un poco).
Deténganse ustedes en esa imagen. En la imagen de los niños corriendo para ir en busca de su adorado juguete, aquel que tenían visto de alguna vidriera, aquel del cual sus amigos le contaron en el jardín o en la escuela, aquel que vieron en alguna publicidad en la Caja Boba.
Pónganse en la piel de esos niños, en la ansiedad que sienten por ir tras su objeto de adoración. Sea lo que fuere. No es importante eso, sino detenerse e imaginarnos en esa situación. Yo imaginaré que voy detrás de un autito de colección, porque me place. Ustedes imaginen el regalo que quieran.
Apelen a la memoria emotiva (?) para recordar esa ansiedad tan ansiosa previa a la conquista del deseo, de tener entre sus manos aquello que fueron a buscar, aquello en lo que estuvieron pensando durante los últimos meses.
La tienen? La imagen, digo. Cientos de niños ansiosos por ir por tras su juguete. Padres que son llevados a la rastra por sus hijos. Un mar de gente en las jugueterías, shoppings, casas de venta de artículos para niños, casas de ropa, etc. Ya está? Bien, bárbaro.
Mantengan esa imagen.
Ahora volvamos al inicio del post y los pasajeros que les mencioné en el primer párrafo.
Primero nos situamos en un lugar preciso: En la estación Catedral, una de las cabeceras del Subte, Línea D. Sucede también en otras estaciones, pero en ésta es donde realizamos el estudio y además, es donde se concentra una mayor cantidad de gente que producen las consecuencias que a continuación leerán.
Y en una franja horaria en particular: 17.30 – 18.30 hs.
Allí, cientos de personas ingresan diariamente para volver de sus trabajos hacia sus hogares. La gran mayoría. Sí habrá quienes lo toman ocasionalmente, simplemente por placer, o por cualquier otro motivo, no interesa, no arruinen la historia, gracias.
Otro mar de gente. Otro tipo de situación. En este caso, tenemos un grupo de personas de edades diversas, sí, pero la gran mayoría adulta, trabajadora, que termina agotada su jornada laboral y se dispone a volver a su hogar.
Resumiendo, digamos que son personas de entre 18 y 55 años, que trabajan y están por regresar a sus hogares.
Quizás a esta altura algún lector se pregunte:
¿Y esto qué tiene que ver con el día del niño? Con la imagen que nos hicimos al principio y tanto nos gustaba, más allá del mar de gente, de que no se puede caminar tranquilo, de los gritos de los niños, etc.?
Bueno. La Ansiedad. Las ganas. La desesperación por ir detrás del objeto de deseado.
¿Pero acaso regalan juguetes en la estación Catedral, una de las cabeceras del Subte, Línea D? Por eso la comparación? Preguntará el mismo lector.
No, no regalan juguetes. Pero sí regalan EL DIARIO LA RAZÓN.
Y hacia él se abalanzan, obnubilados, poseídos, cientos de personas todos los días. Desesperados. Bajan las escaleras, corriendo. Para llegar primeros al subte, dirán algunos. Para volver lo más rápido posible a casa, esgrimirán otros. Pero no. Esa no es la razón que motiva a la enorme mayoría (según nuestros cálculos, estamos hablando del 70 % de los pasajeros).
La razón justamente es La Razón. El diario que se entrega GRATUITAMENTE en la red de subterráneos. Resaltamos la gratuidad del producto porque, claro, de ser pago, seguramente no generaría el mismo efecto. Y nos evitaríamos este gran problema que sufrimos quienes no estamos interesados en agarrar el diario y menos aún leerlo en el viaje.
Porque es realmente molesto. Bajan a las corridas las escaleras. Desesperados por encontrarse con las últimas noticias del día, como si fueran a hallar la panacea (?), el perdón divino (?) o aquel autito de colección que maravillados miraban en la vidriera de alguna juguetería.
Llegan al lugar indicado, se adelantan a los demás para agarrar el diario. Lo abren, lo leen. En el andén, primero, mientras esperan por la llegada del tren. En el vagón, luego, mientras esperan a que termine el viaje.
No les importa que dentro del vagón no haya espacio más que para acomodarse como se pueda y viajar lo más dignamente que se pueda.
Ellos ingresan, abren La Razón de par en par, lo hojean rápidamente algunos. Lo leen más detenidamente otros. Sea como fuere, no se les pasa por la cabeza no leerlo.
Ellos deben cumplir con su tarea diaria de molestar al de al lado. Como si fueran esos recios marcadores centrales que a la hora de ir a rechazar una pelota aérea, abren sus brazos, les enseñan sus codos a los rivales, para sentirse Patrones del área y poder efectuar su trabajo. No. A ellos no les importa incomodar a su compañero de viaje. Simplemente lo hacen naturalmente.
Por todo esto es que se han ganado nuestro desprecio.
Obviamente hacemos hincapié en aquellos pasajeros que ingresan al vagón y no tienen la fortuna de sentarse. Aunque los que lo leen sentados tampoco son santos de nuestra devoción (?), porque la mayoría quiere el diario para ellos solos. Quizás el pasajero que está al lado suyo en la fila de asientos no tiene La Razón, pero en su aburrimiento pispea de costado al que lo tiene. Pero éstos (los que lo tienen) en un acto de egoísmo poco entendible, o bien cambian rápido de página o bien cierran un poco el diario, achicándole el campo de visión al pispeador para que sólo él y nadie más pueda leer el diario.
No tengo cabal conocimiento de que esto suceda en las demás líneas del subterráneo, aunque posiblemente ocurra, dado el convenio que tiene el diario en cuestión con la empresa que maneja las vías subterráneas y no recuerdo que ferrocarril. Si querés hacer tu denuncia, aquí te damos el espacio. No tengas miedo.
Ahora, si usted es uno de ellos, piénselo mejor la próxima vez. Si le toca ir de parado, no lea. Consígase un reproductor de música. Un libro pequeño de bolsillo, podría ser. Sino simplemente ensimismísese (lo qué?) con sus pensamientos. Sueñe. Imagine su futuro. Piense en lo que va a cocinar/comer en la cena, su actividad del fin de semana. Cualquier otra cosa que no sea leer La Razón en el viaje.
Por favor. Gracias.
Saludos.
SirThomas.
Se trata, ahí viene, paciencia, de los que leen el diario. No un libro. No un apunte de la facultad, ni siquiera los que boludean con el celular. Los que leen el diario. Pero no cualquiera. Los que leen el diario La Razón son los que se llevan nuestras mayores muestras de desprecio. Por qué? Continúe leyendo y se enterará de los detalles.
Pero antes de meternos de lleno con ello, les propongo un juego muy divertido. Para el cual utilizaremos nada más ni nada menos que nuestra imaginación. Se animan? Aaay, que bueno.
Empecemos.
Imaginemos que estamos en los días previos al segundo domingo de Agosto. Correcto. En los días previos al Día del Niño. Vemos entrar a los shoppings, jugueterías, casa de ropa para niños, etc., a cientos de miles de padres que son impulsados por sus hijos para ir a comprar EL juguete para este año (bueno, aparte del correspondiente al del cumpleaños, o al que le regalaron la semana pasada, porque las costumbres han cambiado un poco).
Deténganse ustedes en esa imagen. En la imagen de los niños corriendo para ir en busca de su adorado juguete, aquel que tenían visto de alguna vidriera, aquel del cual sus amigos le contaron en el jardín o en la escuela, aquel que vieron en alguna publicidad en la Caja Boba.
Pónganse en la piel de esos niños, en la ansiedad que sienten por ir tras su objeto de adoración. Sea lo que fuere. No es importante eso, sino detenerse e imaginarnos en esa situación. Yo imaginaré que voy detrás de un autito de colección, porque me place. Ustedes imaginen el regalo que quieran.
Apelen a la memoria emotiva (?) para recordar esa ansiedad tan ansiosa previa a la conquista del deseo, de tener entre sus manos aquello que fueron a buscar, aquello en lo que estuvieron pensando durante los últimos meses.
La tienen? La imagen, digo. Cientos de niños ansiosos por ir por tras su juguete. Padres que son llevados a la rastra por sus hijos. Un mar de gente en las jugueterías, shoppings, casas de venta de artículos para niños, casas de ropa, etc. Ya está? Bien, bárbaro.
Mantengan esa imagen.
Ahora volvamos al inicio del post y los pasajeros que les mencioné en el primer párrafo.
Primero nos situamos en un lugar preciso: En la estación Catedral, una de las cabeceras del Subte, Línea D. Sucede también en otras estaciones, pero en ésta es donde realizamos el estudio y además, es donde se concentra una mayor cantidad de gente que producen las consecuencias que a continuación leerán.
Y en una franja horaria en particular: 17.30 – 18.30 hs.
Allí, cientos de personas ingresan diariamente para volver de sus trabajos hacia sus hogares. La gran mayoría. Sí habrá quienes lo toman ocasionalmente, simplemente por placer, o por cualquier otro motivo, no interesa, no arruinen la historia, gracias.
Otro mar de gente. Otro tipo de situación. En este caso, tenemos un grupo de personas de edades diversas, sí, pero la gran mayoría adulta, trabajadora, que termina agotada su jornada laboral y se dispone a volver a su hogar.
Resumiendo, digamos que son personas de entre 18 y 55 años, que trabajan y están por regresar a sus hogares.
Quizás a esta altura algún lector se pregunte:
¿Y esto qué tiene que ver con el día del niño? Con la imagen que nos hicimos al principio y tanto nos gustaba, más allá del mar de gente, de que no se puede caminar tranquilo, de los gritos de los niños, etc.?
Bueno. La Ansiedad. Las ganas. La desesperación por ir detrás del objeto de deseado.
¿Pero acaso regalan juguetes en la estación Catedral, una de las cabeceras del Subte, Línea D? Por eso la comparación? Preguntará el mismo lector.
No, no regalan juguetes. Pero sí regalan EL DIARIO LA RAZÓN.
Y hacia él se abalanzan, obnubilados, poseídos, cientos de personas todos los días. Desesperados. Bajan las escaleras, corriendo. Para llegar primeros al subte, dirán algunos. Para volver lo más rápido posible a casa, esgrimirán otros. Pero no. Esa no es la razón que motiva a la enorme mayoría (según nuestros cálculos, estamos hablando del 70 % de los pasajeros).
La razón justamente es La Razón. El diario que se entrega GRATUITAMENTE en la red de subterráneos. Resaltamos la gratuidad del producto porque, claro, de ser pago, seguramente no generaría el mismo efecto. Y nos evitaríamos este gran problema que sufrimos quienes no estamos interesados en agarrar el diario y menos aún leerlo en el viaje.
Porque es realmente molesto. Bajan a las corridas las escaleras. Desesperados por encontrarse con las últimas noticias del día, como si fueran a hallar la panacea (?), el perdón divino (?) o aquel autito de colección que maravillados miraban en la vidriera de alguna juguetería.
Llegan al lugar indicado, se adelantan a los demás para agarrar el diario. Lo abren, lo leen. En el andén, primero, mientras esperan por la llegada del tren. En el vagón, luego, mientras esperan a que termine el viaje.
No les importa que dentro del vagón no haya espacio más que para acomodarse como se pueda y viajar lo más dignamente que se pueda.
Ellos ingresan, abren La Razón de par en par, lo hojean rápidamente algunos. Lo leen más detenidamente otros. Sea como fuere, no se les pasa por la cabeza no leerlo.
Ellos deben cumplir con su tarea diaria de molestar al de al lado. Como si fueran esos recios marcadores centrales que a la hora de ir a rechazar una pelota aérea, abren sus brazos, les enseñan sus codos a los rivales, para sentirse Patrones del área y poder efectuar su trabajo. No. A ellos no les importa incomodar a su compañero de viaje. Simplemente lo hacen naturalmente.
Por todo esto es que se han ganado nuestro desprecio.
Obviamente hacemos hincapié en aquellos pasajeros que ingresan al vagón y no tienen la fortuna de sentarse. Aunque los que lo leen sentados tampoco son santos de nuestra devoción (?), porque la mayoría quiere el diario para ellos solos. Quizás el pasajero que está al lado suyo en la fila de asientos no tiene La Razón, pero en su aburrimiento pispea de costado al que lo tiene. Pero éstos (los que lo tienen) en un acto de egoísmo poco entendible, o bien cambian rápido de página o bien cierran un poco el diario, achicándole el campo de visión al pispeador para que sólo él y nadie más pueda leer el diario.
No tengo cabal conocimiento de que esto suceda en las demás líneas del subterráneo, aunque posiblemente ocurra, dado el convenio que tiene el diario en cuestión con la empresa que maneja las vías subterráneas y no recuerdo que ferrocarril. Si querés hacer tu denuncia, aquí te damos el espacio. No tengas miedo.
Ahora, si usted es uno de ellos, piénselo mejor la próxima vez. Si le toca ir de parado, no lea. Consígase un reproductor de música. Un libro pequeño de bolsillo, podría ser. Sino simplemente ensimismísese (lo qué?) con sus pensamientos. Sueñe. Imagine su futuro. Piense en lo que va a cocinar/comer en la cena, su actividad del fin de semana. Cualquier otra cosa que no sea leer La Razón en el viaje.
Por favor. Gracias.
SirThomas.
8 comments:
Encima el diario es malísimo! Lleno de noticias pedorras, en fin, es que apunta a un público muuuuy amplio ("pasajeros de transporte público") entonces busca el "interés general" y como en general lapoblación se interesa por pelotudeces, ahí tenemos los resultados.
Los medios venden audiencias a anunciantes, como leí por ahí el otro día, así que captar la mayor cantidad de gente posible para atraer anunciantes es lo que La Razón busca y encuentra con gran éxito: como es gratis, la gente dice "quiero! quiero!" automáticamente. Y luego se encuentra con boludeces que más o menos lo satisfacen, o no, pero que al menos no le molestan, entonces todos los días repite su ritual de ir desesperadamente a por el diario gratuito.
Coincidimos en que hay cosas más interesantes para hacer en un subte.
Buen aporte Nacho, gracias.
Me faltó explorar un poco las razones que llevan a esas personas a buscar el diario, asi que me vino bárbaro tu comentario, con el cual coincido bastante.
Por qué el diario de bolsillo no habrá corrido mejor suerte (?), bueno quizás porque no fue absorvido por un grande (Clar*n). Ese se repartía en los bondis, si mal no recuerdo. Había otro más creo, diario gratuito, no recuerdo su nombre... su dueño era Sof$vich me parece ... en fin ...
Con respecto a La Razón, ocurre también otro fenómeno que me olvidé de mencionar, pero sino se hacía muy largo el post... y tiene que ver con su distribución, al menos en el subte... los mismos que lo entregan, estaciones más adelante, te lo reclaman para luego proceder a su venta como papel.
Salutes.
Excelente aguafuerte porteña
Rocky
Buenisimo Rocky.
Saludos.
Mirá, es simple, la gente se mata por agarrar todo lo que sea gratis. La Razon es al periodismo, lo que el diario del cine Hoyts de La Nacion es al cine.
Correcto *Pat*
Me olvidé de poner varias cosas en el post. Como las famosas "muestras gratis" que había a montones antes en los Super(s) y no se si siguen estando. Las ... probaciones de productos nuevos, o bien del cual están haciendo una promoción y te daban de probar un poquito. Algo que también hacía furor en su momento. La Gente compraba algo y volvía a donde estaba el Stand de promoción para probar de nuevo el queso, gaseosa, salamín, que estaban promocionando.
Saludos.
yo una vez pasé dos veces por unas promotoras de OB (tampones) solo para que me den su muestra gratis otra vez... :oops:
me servía, che!
Valiente testimonio, Annie. Y la "Pd" es el argumento que se exonera de cualquier acusación posible. Te servía, te venía bien, tiene un uso, una función. En el caso que citamos nosotros, digamos que no sirve de mucho.
Salutes.
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